La
forma de las calles, además de proporcionar abrigo suficiente para albergar
sus relaciones sociales, es muy favorable para que el ciudadano se defienda de
sus enemigos vivos. La razón que impulsó tanto a Nerón como a Haussman (a éste
por orden de Napoleón III), a abrir las avenidas fué política: para poder
dominar a sus súbditos; el uno temeroso de la siempre posible rebelión de un
pueblo empobrecido[1]
y el otro escarmentado de las barricadas de 1848, que fueron grave problema
porque el ciudadano se defendía bien en ellas.
Y es que en aquellas barricadas el pueblo utilizó una
táctica ciudadana, urbana, semejante a la de los griegos en el desfiladero de
las Termópilas, que no es otra cosa que una versión del divide y vencerás. Obligando al atacante a la lucha en frentes
estrechos, necesariamente ha de fraccionar sus fuerzas en grupos pequeños; por
muy superior que sea en número, y aunque cada defensor deba enfrentarse con
varios enemigos, lo hará uno por uno y no contra todos a la vez. Y esto es
posible hacerlo en las calles estrechas que, por otro lado, impiden al ejército
atacante (o represor) el despliegue adecuado de sus fuerzas, sobre todo teniendo
en cuenta que la mayoría de las tácticas bélicas fueron inventadas para las
batallas en campo abierto.
Además de ello, también la disposición de las calles, con
revueltas, ayuda a la defensa natural del ciudadano; gracias a esa división en
tramos cortos, un hipotético atacante con armas de guerra pierde la ventaja de
luchar a distancia, al no poder disparar desde lejos; ello le obliga a
acercarse y a quedar al alcance de las armas menos potentes del ciudadano
(generalmente armas de caza). De ahí, que el interés político del príncipe haga
preferibles las grandes avenidas. No hace mucho, en el mayo de 1968 francés,
los estudiantes demostraron conocer instintivamente este viejo modo de
aprovechar las condiciones urbanas para luchar cuando se enfrentaron a la
policía en las callejuelas del Barrio Latino, y no en las imperiales avenidas
haussmanescas, en las que la fuerza pública habría tenido la ventaja de su
parte, aunque en esta ocasión, los proyectiles fueran bolas de goma.
El ciudadano y su calle
Por
todas estas razones, desde épocas muy antiguas los ciudadanos han sido
perfectamente conscientes de las ventajosas condiciones de sus calles, y han
demostrado su apego a ellas. La mayoría de las viejas ciudades está urbanizada
según este modelo y, en los casos en que se encuentre un trazado regular, hay
que buscar detrás de él la mano de un príncipe poderoso o de una organización
supraciudadana.
Así, en muchas ciudades nacidas sobre la trama ortogonal de
antiguos campamentos militares romanos, ahora es casi imposible reconocer el
cardo y el decumano, como en Sevilla o en León, desaparecidos porque las calles
fueron ciudadanizándose, en un
proceso que muchos, por incomprensión, consideran caótico. Es corriente encontrar expresiones en artículos o libros,
en los que se califica la parte antigua de la ciudad como dédalo de callejuelas, a lo que a menudo se añade: sin planificación urbana, cuando en
realidad la tenía, aunque con un sentido muy distinto al que ahora se quiere
dar. No es correcto considerar caótico
lo que está hecho casi intencionadamente.
[1]
La industria estaba en manos de los ricos, que producían con mano de obra
esclava, procedente de las frecuentes guerras, por lo que los hombres libres y
pobres no podían mantenerse.
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