También
hay otra función de la calle estrecha de la que conviene hablar. Las personas
viven en dos ambientes, por lo general muy distintos entre sí: el interior y el
exterior de los edificios. El paso de uno a otro supone, la mayor parte del
año, un brusco cambio de las condiciones ambientales que el ser humano no puede
por menos que acusar. Salvo unos pocos días de primavera u otoño, en que las
condiciones climáticas del interior y del exterior sean muy semejantes, cuando
va a dar ese paso, es consciente de que va a exigir un esfuerzo a su organismo
para adaptarse a unas condiciones diferentes de las que ha llevado en las
últimas horas; cuando se trata de salir hacia el exterior, además, esas
condiciones van a empeorar sensiblemente.
Y aquí aparece otra ventaja de la vieja calle, pues forma un
espacio intermedio entre el exterior y el exterior. Las ciudades mediterráneas
pueden considerarse como una especie de edificio muy grande en el que, lo que
normalmente llamamos casas o edificios
serían más bien locales o habitaciones situadas en los lados de unos pasillos,
las calles. La relación dentro-fuera no tiene una definición clara. Viendo la planta
de las casas griegas o romanas, organizadas alrededor de un atrio o patio, que
servía como elemento de comunicación entre los locales habitables, se hace
evidente que en ellas distinguir el interior
de la casa del exterior es una cosa y
la distinción entre aire interior y aire libre otra; en el interior de la casa hay, como elemento
fundamental, el aire libre. La diferenciación entre intramuros y extramuros, es
decir entre ciudad y campo, es casi más importante que lo que diferencia la
casa de la calle. Así, ésta es un estadio intermedio, ni fuera ni dentro. La
prolongación de la vida en la calle resulta así mucho más sencilla, suavizando
el contraste de pasar desde el ambiente interior al exterior de modo brusco. En
estas ciudades, el verdadero cambio brusco se produce entre el interior de la
cerca, intramuros, y el exterior, extramuros.
En las ciudades modernas, con calles amplias, se han perdido
estos aspectos; el paso entre interior y exterior se ha hecho brutal. Desde la
protección climática de la casa (mucho más perfeccionada que en la antigüedad)
al espacio abierto, no protegido, del jardín y la calle sin fachadas
protectoras, el contraste es inmenso; además de aclimatarse al cambio de
temperaturas, es también problema acomodarse al cambio de luz. En el clima
mediterráneo, con una intensidad de luz diurna muy grande, este contraste es
también muy incómodo. Para hacerse una idea de la necesidad de acomodación al
cambio de intensidad luminosa, pueden citarse los túneles de carretera; cuando
tienen iluminación artificial, se procura que en las entradas sea más intensa,
disminuyendo conforme se avanza hacia el interior; se consigue así que el ojo
se acostumbre gradualmente a las nuevas condiciones. Cuando no hay iluminación,
al entrar se produce una ceguera momentánea, durante la que puede ocurrir
cualquier cosa.
En las urbanizaciones abiertas,
esta aclimatación necesaria ha hecho que salir al exterior se haya convertido,
psicológicamente, en un paso todavía más difícil de dar, por ser las
condiciones extremas; piénsese que además de la luz y la temperatura, en el
exterior pueden encontrarse humedad (lluvia) y viento; si a ello se suma la
pereza innata en el ser humano, salir de la casa aislada es más difícil que de la situada entre
medianeras[1].
Y lo preocupante de este encerrarse en la casa, es que se dificulta la relación
entre vecinos, base de la ciudadanía. Aunque, si bien se ha reducido el número
de salidas al exterior, fuera de la casa, hay que reconocer también que se
sigue saliendo a los afanes cotidianos: trabajo, compra, etc., pero aquí
aparece una solución al problema: el
automóvil; a poco de ponerlo en marcha, el clima artificial interior del mismo
puede igualar el de la casa que acaba de dejarse, por lo que no hay pereza
mental para tomarlo.
Sin embargo, aunque el automóvil permite dar cómodamente ese
difícil paso, es una solución poco
adecuada, tanto desde el punto de vista de la sociabilidad de las personas,
como de la ecología. Sería mucho mejor disponer de un espacio intermedio con la
suficiente entidad como para que llegue a producirse una acomodación más suave,
y esa función la cumple la calle mediterránea. Al favorecer la posibilidad de
salir o entrar entre dos ambientes más parecidos, hace más sencillo dar el paso
de salir y, desde este punto de vista es un adecuado medio para favorecer la
sociabilidad.
[1]El
paseo como ejercicio físico diario ha sido sustituido por la carrera con atuendo
deportivo de los domingos, es decir, una salida semanal en vez de siete.
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