lunes, 27 de julio de 2015

La calle: elemento de transición.



También hay otra función de la calle estrecha de la que conviene hablar. Las personas viven en dos ambientes, por lo general muy distintos entre sí: el interior y el exterior de los edificios. El paso de uno a otro supone, la mayor parte del año, un brusco cambio de las condiciones ambientales que el ser humano no puede por menos que acusar. Salvo unos pocos días de primavera u otoño, en que las condiciones climáticas del interior y del exterior sean muy semejantes, cuando va a dar ese paso, es consciente de que va a exigir un esfuerzo a su organismo para adaptarse a unas condiciones diferentes de las que ha llevado en las últimas horas; cuando se trata de salir hacia el exterior, además, esas condiciones van a empeorar sensiblemente.
Y aquí aparece otra ventaja de la vieja calle, pues forma un espacio intermedio entre el exterior y el exterior. Las ciuda­des mediterráneas pueden considerarse como una especie de edificio muy grande en el que, lo que normalmente llamamos casas o edificios serían más bien locales o habitaciones situadas en los lados de unos pasillos, las calles. La relación dentro-fuera no tiene una definición clara. Viendo la planta de las casas griegas o romanas, organizadas alrededor de un atrio o patio, que servía como elemento de comunicación entre los locales habitables, se hace evidente que en ellas distinguir el interior de la casa del exterior es una cosa y la distinción entre aire interior y aire libre otra; en el interior de la casa hay, como elemento fundamental, el aire libre. La diferenciación entre intramuros y extramuros, es decir entre ciudad y campo, es casi más importante que lo que diferencia la casa de la calle. Así, ésta es un estadio intermedio, ni fuera ni dentro. La prolongación de la vida en la calle resulta así mucho más sencilla, suavizando el contraste de pasar desde el ambiente interior al exterior de modo brusco. En estas ciudades, el verdadero cambio brusco se produce entre el interior de la cerca, intramuros, y el exterior, extramuros.
En las ciudades modernas, con calles amplias, se han perdido estos aspectos; el paso entre interior y exterior se ha hecho brutal. Desde la protección climática de la casa (mucho más perfeccionada que en la antigüedad) al espacio abierto, no protegido, del jardín y la calle sin fachadas protectoras, el contraste es inmenso; además de aclimatarse al cambio de temperaturas, es también problema acomodarse al cambio de luz. En el clima mediterráneo, con una intensidad de luz diurna muy grande, este contraste es también muy incómodo. Para hacerse una idea de la necesidad de acomodación al cambio de intensidad luminosa, pueden citarse los túneles de carretera; cuando tienen iluminación artificial, se procura que en las entradas sea más intensa, disminuyendo conforme se avanza hacia el interior; se consigue así que el ojo se acostumbre gradualmente a las nuevas condiciones. Cuando no hay iluminación, al entrar se produce una ceguera momentánea, durante la que puede ocurrir cualquier cosa.
En las urbanizaciones abiertas, esta aclimatación necesaria ha hecho que salir al exterior se haya convertido, psicológicamente, en un paso todavía más difícil de dar, por ser las condiciones extremas; piénsese que además de la luz y la temperatura, en el exterior pueden encontrarse humedad (lluvia) y viento; si a ello se suma la pereza innata en el ser humano, salir de la casa aislada es más difícil que de la situada entre medianeras[1]. Y lo preocupante de este encerrarse en la casa, es que se dificulta la relación entre vecinos, base de la ciudadanía. Aunque, si bien se ha reducido el número de salidas al exterior, fuera de la casa, hay que reconocer también que se sigue saliendo a los afanes cotidianos: trabajo, compra, etc., pero aquí aparece una solución al problema: el automóvil; a poco de ponerlo en marcha, el clima artificial interior del mismo puede igualar el de la casa que acaba de dejarse, por lo que no hay pereza mental para tomarlo.
Sin embargo, aunque el automóvil permite dar cómodamente ese difícil paso, es una solución poco adecuada, tanto desde el punto de vista de la sociabilidad de las personas, como de la ecología. Sería mucho mejor disponer de un espacio intermedio con la suficiente entidad como para que llegue a producirse una acomodación más suave, y esa función la cumple la calle mediterránea. Al favorecer la posibilidad de salir o entrar entre dos ambientes más parecidos, hace más sencillo dar el paso de salir y, desde este punto de vista es un adecuado medio para favorecer la sociabilidad.


[1]El paseo como ejercicio físico diario ha sido sustituido por la carrera con atuendo deportivo de los domingos, es decir, una salida semanal en vez de siete.

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