Un detalle revelador del uso original de la ciudad mediterránea que hemos descrito es que el centro cívico y el religioso, la plaza y la catedral, suelen estar separados. En gran parte de Europa, la iglesia mayor sigue siendo el centro de la ciudad o, al menos, lo ha sido hasta hace poco tiempo. Se cree que la Iglesia mayor ha de ser el centro de la ciudad porque se trata del hito religioso por excelencia y, por lo tanto debe ocupar su posición. Sin embargo, en muchas de las ciudades españolas de trama mediterránea tal cosa no ocurre. Centro y catedral se han alejado, e incluso se han hecho nuevas catedrales en solares alejados de la plaza principal.
La explicación de esta aparente anomalía del orden urbano
en las ciudades mediterráneas está en el uso de la plaza como lugar vividero.
En las cercanías de la torre de la catedral se produce un viento, que en
ciertas épocas del año es muy fuerte y molesto. Se podría llamar ventolera de la
torre (puesto que a su existencia se debe) o, como llaman en Sevilla al que
produce la Giralda, matacanónigos[1]. Este viento hace incómoda la plaza, que tiende a alejarse de las torres
catedralicias. Así, en Toledo o en Sevilla[2] las plazas se alejan de esa incomodidad. En Salamanca, la Catedral Nueva
ya se construyó lejos de la plaza; de hecho ni siquiera tenía alrededor algo
que mereciera el nombre de plaza, y es llano, puesto que la moderna plaza de
Anaya (abierta a principios del siglo XIX) deja ver una fachada de la catedral
casi completamente desprovista de decoración[3]. La fachada importante, recargada de decoración, da a una calle estrecha, y
es frontera al edificio de las Escuelas Mayores, el edificio histórico de la
Universidad, por lo que no había posibilidad de abrir por ese lado la plaza.
La escritora salmantina Carmen Martín Gaite, en su
discurso de aceptación del premio Castilla y León de las letras (1991) contaba
que un día, siendo estudiante, el viento de la torre salmantina la tiró al suelo y como resultado
de ello le quedo el mote de “la que el
viento se llevó”.
Pensado desde el viejo hito, alejar el templo del centro sería un sacrilegio,
pero es que, además, en el norte no se
siente la necesidad de sentirse protegido estando en la calle: hace frio con demasiada frecuencia.
El conocimiento de que la torre de la catedral induce una
situación incómoda para los usuarios de la plaza es antiguo, y prueba de ello
es que Felipe II, en las Leyes de Indias relativas a fundaciones de ciudades,
ordena: "el templo en lugares
mediterráneos no se ponga en la plaça sino distante della ..."[4]. Muy probablemente, el rey previó que las iglesias mayores tuvieran torres
altas, como las de la península, pero los frecuentes terremotos en las tierras
indianas, hicieron que las torres, en general, se construyeran de baja altura. Sabedores
de que el alejamiento de la iglesia y la plaza se debía a esta cuestión, el
matacanónigos, muchas de las iglesias de las tierras ultramarinas, están en la
plaza, contra la norma filipina.
La protección en los espacios abiertos
Otro detalle es que las plazas tienen casi siempre
pórticos o soportales. Su origen parece deberse a la necesidad de resguardo de
los comerciantes, como lo indica que se llamen también lonjas[5]. Las lonjas servían también, en las horas no comerciales, de resguardo
para los peatones. Para este último uso se han seguido haciendo lonjas en las
plazas, aun cuando el comercio ya se hacía en locales, pues este espacio
urbano, la plaza, por la extensión de la zona desprotegida necesita algún
elemento que sirva de protección al ciudadano.
[1] Algunos sostienen que en realidad no es matar sino otra
palabra malsonante que cuadraría mejor, pues el viento no produce la muerte de
los canónigos, sino solamente catarros y otras enfermedades no buenas para la
edad avanzada.
[2] En Segovia la actual Plaza Mayor está al lado de la
catedral y de su torre, pero su nombre, Azoguejo, que quiere decir
"mercado chico" (diminutivo castellano del árabe, zoco), como en
Ávila, hace suponer que debió haber algún Azogue grande, situado en otro lugar.
[4] Ley 124 de las relativas a la fundación de ciudades de
1573. Hay que hacer notar que la palabra mediterráneos no se refiere a los
alrededores del mar, como se está haciendo a lo largo de este texto, sino a los
lugares no marítimos, que están en medio de la tierra.
[5] Del italiano loggia,
pero como resultado, este nombre lo han tomado los lugares o edificios
dedicados al comercio aunque su forma arquitectónica sea muy distinta
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