viernes, 29 de mayo de 2015

La “otra” ciudad (2)


Pero además de Chipre, hubo otros lugares donde la gente vivía en chozas, que al reunirse fueron dando origen a poblados en trama abierta con casas separadas unas de otras. Nos interesan ahora los que se formaron en el norte de Europa. En este caso la razón de su existencia es la pobreza de la tierra. La codicia humana impulsa a buscar la riqueza y se trata de conseguir lo máximo con el mínimo trabajo; el mejor medio de enriquecerse rápidamente es obtener botín en la guerra, es razonable pensar que no sería frecuente que quienes buscan presas sustanciosas atacasen a gentes pobres que poco tienen para robarles; cualquier guerrero, seguro de su fuerza, dirigiría sus afanes de rapiña hacia zonas más ricas, sobre todo en algo tan importante por entonces como los alimentos.
Además, el norte de Europa es más frío y lluvioso y en estas condiciones las cuevas no son tan buen refugio; con clima frío y de una humedad exterior elevada, es mucho más difícil secar el aire de la cueva, y el frío húmedo es poco saludable. Las chozas de ramas o los palafitos están justificados, al menos hasta que se pudieran hacer casas más adecuadas, tras el desarrollo de técnicas mejores. Como la pobreza de la tierra durante una gran parte del año obligaba a cada familia a disponer de un territorio amplio para obtener sustento suficiente, las chozas debían estar muy separadas, realmente aisladas.
La religión, el hito.
Pero hay una necesidad que debían suplir: para todas las gentes, la relación social es importante; además tenían dioses a los que rendir el culto debido. En pleno campo habría un espacio para este menester, con un hito (o altar) que lo sacralizaría. Periódicamente los fieles vendrían desde sus chozas o granjas, a reunirse junto a él y celebrar las ceremonias correspondientes, ocasión que serviría también para mantener relaciones sociales y para el intercambio de productos. En las proximidades del hito acabaría naciendo una población de servicios (religiosos y comerciales) para los campesinos dispersos por la zona, formando un núcleo construido a la manera local: con chozas aisladas entre sí.
Poblado ceremonial
Este tipo de poblado, sin otros habitantes fijos que un pequeño grupo de sacerdotes, ha sido llamado ceremonial, pues solamente tiene población con ocasión de las ceremonias. Los españoles encontraron ciudades indias de este tipo (aunque con una trama distinta) en América y notaron con extrañeza que: “... no son verdaderas ciudades, pues en sus calles crece la hierba”; es evidente que si hubiera gente recorriendo aquéllas, no habría ocasión a que creciera ésta. Este proceso difícilmente dá como resultado la creación de una ciudad; será realmente un centro de servicios y mucho tienen que crecer éstos para que el poblado llegue a ser ciudad.
Por esta razón, no aparecieron ciudades en el norte hasta que llegaron gentes del sur. Y ocurrió así: allá en la antigüedad, los romanos obligaron a los nativos de sus colonias del norte a civilizarse al modo mediterráneo, concentrando las poblaciones dispersas en núcleos urbanos más grandes.
Por vía de ejemplo pueden citarse los casos de Lutecia y Limonum, pueblitos de la Galia. Encontrando favorable su situación, los romanos reúnen a los que viven en sus alrededores en granjas aisladas y les hacen vivir en ellos. Estas gentes pertenecían a las tribus de los parisios y los pictani (o pictones) respectivamente y tras la transformación del modelo de poblado impuesta por los conquistadores, el aumento de población que sufrieron Lutecia y Limonum fué de tal magnitud que las poblaciones tomaron por nombre el gentilicio de esas tribus, llamándose después París y Poitiers.
Otro caso de la historia que puede aportar datos, ocurrió tras la victoria de los bárbaros sobre Roma. Debido a la cultura no ciudadanizada (o no civilizada) de éstos, decayeron las ciudades y muy especialmente en el norte, lugar de origen de los vencedores. Poco a poco, ya en la Edad Media, los monjes de los monasterios llevaron a cabo en aquellas tierras lo que se ha dado en llamar la labor civilizadora de la Iglesia, la cual tiene ésta a orgullo, y que debe entenderse en su sentido literal como labor ciudadanizadora. Efectivamente, la cultura de los monjes era mediterránea  e incluía los viejos hábitos; aun en decadencia, las ciudades pervivían en el sur y recordaban a sus habitantes la tradición de una vieja grandeza; esta tradición la llevaron los monjes al norte, en un afán que fue a la vez civilizador y enriquecedor, pues aplicaron métodos civilizados, o ciudadanos, a la pobre agricultura de aquéllas tierras, consiguiendo obtener mejores rendimientos y aclimatar nuevos productos.


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