Ya se ha apuntado antes el problema del alimento que, resuelto con la agricultura, permitió la existencia de las ciudades. JaneJacobs, en La economía de las ciudades, plantea que la agricultura nació como necesidad de las ciudades y no al contrario, la ciudad como resultado de la agricultura, lo que resulta también un argumento a favor de una temprana sedentarización. Si esto fue así, aleja la fecha del origen de la ciudad en unos milenios. Fuera cual fuese la fecha del nacimiento de la agricultura, con la idea que se tiene normalmente, la ciudad tiene que ser posterior a esa fecha. Según Jacobs, será anterior.
Razona Jacobs que la agricultura no pudieron descubrirla
los nómadas, pues para observar la relación entre la planta y la semilla, es
necesario permanecer en un lugar fijo al menos un año. Si se tiene en cuenta
que de esa observación hay que sacar consecuencias útiles, el plazo de
asentamiento se prolonga: el hecho de ver crecer la planta al lado de donde
están almacenadas unas semillas, no tiene por qué hacer pensar a la persona no
advertida en la relación causa efecto; ver la repetición del nacimiento durante
varios años seguidos, puede dar que pensar al observador. Súmese a ello que la
producción de los híbridos necesarios para conseguir especies de rentabilidad
agrícola necesita de cruces entre especies silvestres que, de natural, crecen
en lugares separados[1].
El único modo posible para que, en aquellos tiempos, se pudieran dar las
polinizaciones cruzadas de esas especies, es el descrito por Jacobs, que
consiste en suponer que una tribu, establecida en un poblado porque obtiene
allí cerca algún producto raro (obsidiana, propone Jacobs), recibía semillas
recogidas en lugares alejados entre sí, traídas por compradores que viniesen
desde lejos, como pago de la mercancía. Almacenados juntos, los diversos granos
germinan y se cruzan de modo natural. Esto da ocasión para tener donde escoger
y poder seleccionar las semillas híbridas más productivas. Cuando la ciudad
necesita comida, empieza a sembrar en los campos de alrededor.
Siguiendo con este razonamiento, que la agricultura
naciera en las ciudades no es una idea descabellada. Continúa razonando Jacobs
que de hecho, aún ahora, las ciudades siguen siendo el motor de la producción
agrícola. Los laboratorios que estudian las condiciones del suelo, las semillas
y los fertilizantes están en las ciudades y urbanos son los inventores y fabricantes
de la maquinaria agrícola.
Es impropio llamar naciones agrícolas a las poco
industrializadas, partiendo del razonamiento de que la proporción de
trabajadores de la agricultura es grande y que una gran parte de su producto
nacional depende de ella. Es una denominación fruto de las mismas ideas que
informan la historia de la ciudad, ideas que pueden resumirse en que la
humanidad avanza por etapas fijas: nomadeo (con caza y recolección y, después,
pastoreo); sedentarismo, con la agricultura y la ganadería, que permiten el
nacimiento de la ciudad, y después, como creación de ella, comercio e
industria. A estos pueblos se les supone en el estadio intermedio de la
evolución; como son sedentarios, pero no industrializados, deben de ser
agrícolas, lo que parece confirmado porque la mayor parte de su producción
proviene de la agricultura. Pero no es cierto; las verdaderas naciones
agrícolas son precisamente las industrializadas; su producción es tan grande
que, a menudo, tienen excedentes, como lo demuestran las medidas que
constantemente toma la Unión Europea (utiliza grandes presupuestos para
financiarlos, arranca vides, árboles, etc.). Estados Unidos es un gran
exportador de productos agrícolas y Japón ha pasado en menos de cuarenta años,
de ser importador de arroz a ser autosuficiente (es decir, ha pasado a ser una
nación realmente agrícola, a la vez que se industrializaba)[2].
Por el contrario, en muchos países de Sudamérica se pasa hambre, a pesar de tener
buen clima, estar poco poblados y que, por costumbre, se tiende a considerarlos
como agrícolas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario