viernes, 8 de mayo de 2015

El nomadismo



Curiosamente[1] abundan los intentos de demostrar que el nomadismo era el modo de vida normal y los argumentos habituales para defenderlo suelen basarse en la escasez de alimento natural. Si se calcula la cantidad de terreno que necesitaría una familia para mantenerse sin agricultura, recolectando o cazando, resulta una superficie importante. Cuando se considera que hay que recolectar o cazar en unos territorios que van agotando sus reservas comestibles, y que cada noche hay que regresar a un cobijo fijo, surge como consecuencia que un movimiento continuo, el nomadeo, es más favorable. El cambio frecuente de territorio, puede servir para que el alimento aparezca cada mañana ante los ojos del recolector/cazador.
Partiendo de este supuesto, es decir, pensando que la humanidad era nómada, hay que reconocer que la cueva no podía ser otra cosa que un refugio provisional, buen lugar para hacer un alto en el camino, utilizada en ciertos momentos o etapas del vagabundeo, pero pocas veces, dada la escasez con que aparece de forma natural; en cambio la choza se puede construir en cualquier sitio; unas ramas y unas hojas grandes pueden organizarse en poco tiempo, y eso permite al constructor aposentarse en cualquier lugar que fuera de su gusto; la facilidad para construirla es razón suficiente para no sentir pesar por abandonarla; una vez elegido un sitio nuevo, se hace otra; no existen ataduras con un territorio determinado y eso supone una gran libertad para elegir un lugar de habitación cuyas posibilidades de proporcionar alimento sean favorables.
En cambio las cuevas están donde están, sea el territorio bueno o malo[2], por lo cual habría muchos lugares apetecibles donde no fuera posible vivir por falta de ellas. Se supone que un cavernícola sedentario se encontraría obligado a vivir allí donde hubiera una cueva, aunque el lugar fuera poco deseable (considerando como tales los poco fértiles o escasos en caza) lo que es una limitación que puede ser grave, pero también hay que tener en cuenta que hay territorios más favorables, con mejores condiciones, tanto de vegetales, como de caza. En la Tierra hay llanuras apetecibles, fértiles y sin montes en los que aparezcan cuevas, como la Mesopota­mia o parte del valle del Nilo. En teoría un nómada tendría ventaja para establecerse en ellas en las épocas buenas; construye una choza y recibe los dones que le da la naturaleza, pero hay un grave inconveniente: podría ser desalojado por otro más fuerte, y solamente podría evitarlo si fuese capaz de inventar medios adecuados para defenderse y defender su territorio, compensando su falta de fortaleza.

La libertad de asentamiento

Por ello, y pese a su indudable atractivo, el argumento anteriormente expuesto de la mayor libertad del chocícola para elegir vivienda, no es lógico. No tienen libertad quienes solamente están seguros de poder habitar en un territorio cuando son los más fuertes. De otro modo: no se puede llamar libre la vida de quien tiene constantemente el temor de que pueda aparecer otro capaz de desalojarle. Por esa razón, parece poco creíble que gentes que vivían en tal inseguridad pudieron ser creadores de la ciudad, para lo que hace falta una organización muy importante, difícil de crear en poco tiempo. Ni que decir tiene que la selección natural de los más fuertes (cosa que se entrevé en el razonamien­to de los chocícolas adelantados), pudo verse trastocada en fechas muy tempranas por la, también natural, tendencia del hombre a emplear su inteligencia para sobrevivir cuando le falta fuerza bruta[3], oponiendo a la del guerrero conquistador el ingenio. Es más que probable que la ciudad fuera precisamente una creación de la inteligencia frente a la fuerza.
Se dan más argumentos a favor del nomadismo como única forma de vida primitiva; uno es comparar, hasta cierto punto, a los humanos con ciertos pájaros, que emigran cada estación, buscando lugares favorables. Pero también es cierto que los pájaros no suelen defender un territorio contras sus congéneres, como mucho, el nido.
Otro argumento, probablemente de gran peso, es la dificultad de los cristianos para liberarse del influjo de la Biblia, que es verdad revelada. Según ella, los primeros patriarcas eran pastores trashumantes, nómadas. Pero eso no revela más que una lectura incompleta (o, más seguramente, conocimiento de oídas, no lectura) pues también se habla de ciudades contemporáneas de aquellos patriarcas[4].
Por todo ello cabe suponer que la cosa ocurriera de otro modo. Cuando en la prehistoria remota una parte del género humano comenzó a cobijarse en cavernas y las encontró buenas para habitar, es razonable suponer que se manifestase, como consecuencia inme­diata, el sentido de la propiedad[5]. La cueva natural era un bien escaso; sus dueños serían reacios a abandonar esa posesión y la defenderían con fiereza ante cualquiera, pues costaría mucho trabajo encontrar otra que no estuviera ya ocupada, lo que lleva a la conclusión de que quie­nes tuviesen una cueva, se asentarían en ella de modo permanente, antes que seguir siendo nómadas. Es evidente que la defensa de una cueva puede ser relativamente fácil, pues se trata de proteger la entrada, teniendo las espaldas cubiertas por varios metros de tierra. Los cavernícolas también podían defender su territorio, hostigando a posibles intrusos, y refugiándose después en su cueva, poniéndose a cubierto de la reacción de éstos. En estas condiciones, malamente pudo la cueva servir como refugio ocasional, pues se presentaría cada vez el problema de desalojar a los habitantes anteriores. Es más razonable pensar que desde épocas muy antiguas coexistie­ran dos modos de vida diferentes: sedentarismo y nomadeo[6].


[1] Digo curiosamente por que llama la atención la importancia que se da a este hecho. Y se le da importancia porque la mayoría de las teorías sobre la vida humana prehistórica parten de la base del nomadeo.
[2] Y muy a menudo habría serias dificultades para encontrar la boca de alguna existente, tapada por maleza o poco manifiesta.
[3] ¿Qué otra cosa se puede pensar de una raza que está a punto de descastar leones o elefantes, aparentemente más fuertes que los humanos?
[4] Aun con lectura, la ciudadanización se desprecia: es cainita y se prefiere ser del pueblo elegido, nómada.
[5] No es descabellado pensarlo; hasta los animales tienen ese sentido. La historia del buen salvaje puede haber llevado a la creencia de una inocencia primitiva, en la que no había lugar para el egoísmo y por lo tanto, para la propiedad privada.
[6] Que es efectivamente lo que parece decir la Biblia cuando habla de los orígenes de la humanidad. El problema cristiano es hacer casar la afirmación de que Adán y Eva fueron los primeros humanos, con el relato de que uno de sus hijos tomó mujer de entre "los hijos de los hombres", hombres que además parecen ser los civilizados. En los evangelios apócrifos estos hijos de los hombres lo son también de Adán, con otra mujer: Lilith.

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