El fuego
Quizá la razón más poderosa para impulsar a aquellos humanos a establecerse
permanentemente en un lugar fijo fue que conocieron el manejo del fuego. El fuego
es el primer gran descubrimiento de
los humanos; defiende de los ataques de las fieras, pues le temen, da luz y
calor y con él se pueden aguzar y endurecer palos (es decir, fabricar herramientas
rudimentarias).
Es importante la distinción entre sabían manejarlo
y sabían dominarlo; el dominio exige poder encenderlo fácilmente[1] y éste es un conocimiento tardío. Prueba de ello es la llama perpetua de
los templos de tantas religiones, cuya antiquísima razón de ser es precisamente
la precaución de tener un fuego seguro por si los domésticos se apagasen.
Y si se considera que un modo lógico de tener fuego es
conseguir que se mantenga encendido, hay que aceptar que para ello es
necesario un abrigo para defenderlo de los elementos que pueden extinguirle: el
viento y la lluvia. La caverna es el mejor de todos los imaginables para esas
lejanas épocas y bien pudo ser una de las más importantes razones, si no la
más, de asentarse en ellas resolviendo este problema. Incluso, en ciertos
lugares (como en el Levante de nuestra península), quienes no pudieron
encontrar una, encendieron su fuego bajo salientes rocosos. Por todo ello, no
es aventurado suponer que los cavernícolas fueran los primeros poseedores del
fuego o, al menos pensar que, cualquiera que fuera este primer poseedor, hubo
de buscar una caverna para poder mantenerlo encendido.
La propia palabra edificar viene del latín
primitivo y quiere decir hacer fuego[2] (dicho al modo actual, hacer hogar); por lo dicho hasta aquí,
parece bastante plausible creer que fué el cavernícola quién inventó el
sistema constructivo que seguían utilizando los latinos.
Sedentarismo y civilización
Por todo ello, no puede resultar extraño que una parte de la humanidad se
estableciera en cuevas de modo permanente. Como por otro lado, desde que ésto
ocurrió hasta que aprendieron a hacer construcciones artificiales pudieron
transcurrir miles de años de años, parece lapso de tiempo suficiente como para
que los cavernícolas se hicieran sedentarios, y el sedentarismo es condición sine qua non para la civilización. Y
hacen falta miles de años, porque no debe ser nada fácil que un nómada se
sedentarice, como lo demuestra la existencia de nómadas actualmente, incluso
cuando viven mezclados durante siglos con poblaciones sedentarias, como los gitanos,
a los que se ha obligado repetidas ocasiones en la historia al sedentarismo, y
han tenido problemas para adaptarse a ese modo de vida tan alejado del que
tienen por tradición.
Partiendo de la posibilidad de que se hubiera dado el
sedentarismo en esas épocas remotas, se plantea una cuestión esencial: la
convivencia de un grupo numeroso en lugares de tamaño limitado, con pocas
posibilidades de agrandarse para que se alejasen quienes tuvieran roces con
sus vecinos, plantea unos problemas de convivencia que hubieron de resolver, y
lo hicieron creando los primeros rudimentos de códigos legales (religiosos,
claro está) aceptados por todos, para suavizar las diferencias. Estos códigos
forman la raíz de la civilización.
En un mundo como el actual, en el que impera la idea de
la superioridad del individuo sobre el grupo, puede ser difícil imaginar que
los logros de la civilización se debieran a una educación en la que el grupo lo
era todo y el individuo estaba subordinado a los intereses de ese ente superior.
En las primeras ciudades tuvo que darse este fenómeno, sin el cual no hubieran
sobrevivido a los constantes ataques que hubieron de sufrir.
Si este sedentarismo temprano no hubiera ocurrido, cabría
preguntarse si los pintores de Altamira eran nómadas, porque hasta ahora se
ha considerado que el sedentarismo necesita de la existencia de la agricultura
y las pinturas están fechadas en una época anterior en varios milenios a ella.
Pero también resulta difícil imaginar a alguien pintando bisontes y preparándose
para su emigración periódica. Otro tanto se puede decir de quienes enterraron
un varón en la cueva de Morín, también en Santander. Este enterramiento,
anterior a Altamira, pues data de unos treinta mil años, al parecer se hizo con
algún ritual, pues la cabeza está separada del tronco y tiene un cervatillo
junto a la cabeza. Enterrar así a un muerto supone que esta cueva era mucho
más importante para los enterradores que un simple refugio estacional. No es
lógico enterrar con ritos y luego dejar la tumba abandonada a cualquiera que
venga. Los espíritus de los antepasados requieren culto y cuidados.
[1] Problema que era el argumento de la película citada.
Pero aunque llegaran a inventar un método de encenderlo, lo que evidentemente
hicieron, no es óbice para pensar que, cualquiera que fuese, era difícil y
trabajoso, por lo que era más lógico procurar que no se apagase.
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