viernes, 4 de septiembre de 2015

La ecología de la ciudad



Defender la ciudad mediterrá­nea es defender la verdadera oikos del hombre civilizado: la ciudad. De no cambiar las ideas de la gente sobre lo que es la calidad de vida, un atisbo de lo que podrían ser las ciudades del futuro es la aterradora vista nocturna del valle de Madrid desde la salida del túnel de Guadarrama: una alfombra que se extiende más de cuarenta kiló­metros, con luces que iluminan calles de urbanizacio­nes casi desiertas cinco días a la sema­na. Larguísimas conducciones llevan agua y energía a si­tios vacíos, cuando probablemente todavía quedan aldeas sin luz ni teléfono. Se construyen embalses inmensos para regar jardines de hierba, olvidando que ésta es tierra seca y que por eso en Castilla se abandonan los campos de cul­tivo.
Revitalizar la vida en las ciudades, concentrar de nuevo la población que se disper­sa, es mantener el campo limpio; es más sencillo barrer las calles de la ciudad que limpiar un monte de pape­les y plásticos.
La ciudad mediterránea es ecológica porque admite considerables concentracio­nes de gente en poco espacio; es ecológica porque las casas en medianera necesitan menor cantidad de energía para calentarse o enfriarse; es ecológica porque hace menos necesario el automóvil (incluso lo convierte en un estorbo); es ecológica porque las conducciones de energía eléctrica son más cortas y la longitud es un gasto añadido de energía[1]; es ecológica porque se pueden instalar redes urbanas de calor con gran aprovechamiento[2]; es ecológica porque las demás redes urbanas requieren tendidos más cortos para el mismo servicio.
Finalmente, es ecológica porque permite hacer la mayoría de las actividades urbanas a pie, en recorridos generalmente cortos, favoreciendo dejar el auto quieto.

Es curioso comprobar la permanencia de ideas erróneas, como cuando ciertos ecófilos comienzan a pensar y a extender la idea de que las cimentaciones de las casas pueden dañar el terreno y que por lo tanto deben hacerse edificios ligeros con cimentaciones superficiales; es decir, se proponen edificaciones de tipo chocícola, apropiadas para un urbanismo extensivo e invasor del campo so pretexto de protegerlo. En primer lugar, cuando el clima es cálido, son mucho mejores las edificaciones pesadas, masivas, con gran inercia térmica, que necesitan fundamentos mayores; las casas ligeras necesitan mucha más energía para obtener temperaturas cómodas en su interior durante los meses de verano.
Por otro lado, la idea de identificar urbanismo abierto con naturaleza ha dado en un absurdo; en vez de llegar a la conclusión de que un urbanismo denso, cerrado, supone hacer una menor cantidad de cimentaciones, aunque dañen más el terreno, y que supone mayor superficie de suelo libre de ellas, se hace la propuesta de hacer las casas ligeras y con cimentación superficial, que tiene como contrapartida, además de que invaden muchísimo más territorio, que hará necesaria, como se ha indicado arriba, mucha más cantidad de energía. Lo mejor para no dañar el campo, la naturaleza, es no construir en ella, es no hacer en el campo ninguna cimentación y hacerlas en lugares de extensiones más reducidas, en las ciudades.
¿Es que no se han parado a pensar que la población humana aumenta sin parar y que si se extiende con bajas densidades va a ocupar una inmensa proporción del campo?. Si, dentro de Europa, todavía los españoles sabemos de extensas mesetas poco pobladas, muchos de los que así piensan, viven en países que tienen grandes densidades de población y en los que el problema de la desaparición del campo abierto es más patente. Conservar ciertas especies animales o vegetales en trance de extinción exige espacios amplios despoblados que acabarán por llenarse de seguir con la política de urbanizar el campo[3].
Hay que tener en cuenta que esta política, tras muchos años de auge ha dado como resultado que la gente sienta la necesidad de cambiar de ambiente un par de días por semana, para descansar. Y de hecho sería muy difícil cambiar esta tendencia. Pero si se propagara como moda el urbanismo mediterráneo, podría darse una solución racional a esa necesidad: en vez del chalé de los fines de semana podría popularizarse la casa de pueblo, urbana a su modo, en trama tupida, con menor gasto de energía y agua. El absurdo e inútil jardín, que a veces llega a una hectárea de hierba y que hay que regar[4], cambiarse por el patio con una parra y unas flores en un arriate, y no habría necesidad de renunciar a la casa unifamiliar apegada al terreno, ni a la chimenea (en la que por cierto se suelen quemar encinares que nadie se preocupa de repoblar).
La vieja casa entre medianeras, con patio (central, e incluso mejor, trasero) tiene muchas ventajas que valdría la pena revivir: además de ocupar mucho menos suelo que el chalete, en el buen tiempo el patio es muy agradable tanto para comer como para cenar al aire libre; a la hora de la comida no es tan cálido como el jardín abierto y, a la de la cena, está más abrigado. Si los habitantes de las ciudades recuperasen esta posibilidad, los de los pueblos, por un mimetismo semejante al que tuvieron cuando adoptaron el chalete, podrían volver a pensar que sus casas pueden servir, y la conservación de los pueblos no daría problemas.



[1] Por efecto Joule, aumentan las pérdidas de energía con la distancia recorrida. Y los consumos de energía, inútiles o no, llevan a una degradación del ambiente, sea por el aumento de dióxido de carbono, por la lluvia ácida o por los peligros (inciertos e indomables) que encierra la energía nuclear de fisión
[2] La red urbana de calor tiene dos grandes ventajas: por un lado, la producción de calor en centrales grandes es mucho más eficiente que en pequeñas y por otro, permite aprovechar fuentes gratuitas de energía, como calor sobrante de centrales térmicas de producción de electricidad o acuíferos de agua caliente.
[3] Como se puede ver en los alrededores del mitificado Coto de Doñana. Porque además, los espacios a proteger suelen ser bellos y por lo tanto apetecibles para los urbanizadores.
[4] El césped debería ser considerado como antiecológico (consumo de agua, fertilizantes, motores de segadoras muy primitivos y más contaminantes que los de los autos). Ver Gary Stix, Investigación y Ciencia, mayo de 1994.

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