viernes, 11 de septiembre de 2015

¿Urbanizar el campo o destrozarlo?



La frase: urbanicemos el campo, ruralicemos la ciudad no es racional: urbanizar el campo es destrozar el campo, ruralizar la ciudad es destrozar la ciudad. Es difícil entender que el deseo de vivir-en-contacto-con-la-naturaleza necesariamente lleve a habitar en urbanizaciones de casas aisladas; puede ser deseable estar una parte del tiempo al aire libre y, en el clima mediterrá­neo, eso puede hacerse la mayor parte del año en las calles o en las plazuelas de sus ciudades, que son lugares resguardados, mucho mejor que en los abiertos. Y en esto, también la ciudad mediterránea es ecológica. Y algunos podrán dar cuando quieran largos paseos por el campo.
Pero estos no deberían ser muchos. En la comunidad de Madrid se ha declarado parque natural una extensa zona de la cuenca alta del río Manzanares. Al principio se admitía la visita de cuantos quisieran entrar en ella, pero pronto se vio la necesidad de limitar el número de visitantes para una mejor conservación. Si se relaciona la cantidad de personas que pueden visitar el parque y las necesidades que habría de terreno para que una importante proporción de los habitantes de la Comunidad tuvieran terreno que visitar, se ve la imposibilidad de proporcionar ese tipo de lugar de esparcimiento en condiciones de conservación adecuadas.
Una razón dada como excusa para salir al campo a buscar aire libre es huir de la atmósfera contaminada de la ciudad. En la historia ha habido diversas contaminaciones en sus calles. Cuando no había alcantarillado perfeccionado, la contaminación era especialmente por olores: los excrementos humanos se lanzaban a la calle (con el conocido grito, “allá va”) y, desde allí, aprovechando las pendientes, iban a los alcantarillados generales. A eso había que sumar las heces de las caballerías que recorrían las calles como monturas o tirando de los diversos tipos de carruajes, así como una gran diversidad de otros animales domésticos. Las vacas lecheras, estabuladas en la propia ciudad, sumaban más excrementos[1]. Además, los sistemas de calefacción eran de carbón o de leña. Muchos de estos inconvenientes empezaron a desparecer con el comienzo del automovilismo y terminaron con su popularización, de modo que unas suciedades ambientales sustituyeron a otras.
El planteamiento debería ser otro: ¿la ciudad debe estar necesariamente contaminada?. Si la mayor parte de las veces se prescindiera del auto para moverse por ella, muy probablemente no estaría tan contaminada. Y que el auto no sea necesario puede conseguirse haciendo incómodo su uso, con calles estrechas, retorcidas y con falta de estacionamientos. Nunca será solución facilitar su uso con anchas avenidas, ni facilitar su estacionamiento con bajas densidades de población.


[1] De hecho, las vaquerías de Madrid no fueron prohibidas hasta la década de 1960.

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