La
frase: urbanicemos el campo, ruralicemos
la ciudad no es racional: urbanizar el campo es destrozar el campo,
ruralizar la ciudad es destrozar la ciudad. Es difícil entender que el deseo de
vivir-en-contacto-con-la-naturaleza
necesariamente lleve a habitar en urbanizaciones de casas aisladas; puede ser
deseable estar una parte del tiempo al aire libre y, en el clima mediterráneo,
eso puede hacerse la mayor parte del año en las calles o en las plazuelas de
sus ciudades, que son lugares resguardados, mucho mejor que en los abiertos. Y
en esto, también la ciudad mediterránea es ecológica. Y algunos podrán dar
cuando quieran largos paseos por el campo.
Pero estos no deberían ser muchos. En la comunidad de Madrid
se ha declarado parque natural una extensa zona de la cuenca alta del río
Manzanares. Al principio se admitía la visita de cuantos quisieran entrar en
ella, pero pronto se vio la necesidad de limitar el número de visitantes para
una mejor conservación. Si se relaciona la cantidad de personas que pueden
visitar el parque y las necesidades que habría de terreno para que una
importante proporción de los habitantes de la Comunidad tuvieran terreno que
visitar, se ve la imposibilidad de proporcionar ese tipo de lugar de
esparcimiento en condiciones de conservación adecuadas.
Una razón dada como excusa para salir al campo a buscar aire
libre es huir de la atmósfera contaminada de la ciudad. En la historia ha
habido diversas contaminaciones en sus calles. Cuando no había alcantarillado
perfeccionado, la contaminación era especialmente por olores: los excrementos
humanos se lanzaban a la calle (con el conocido grito, “allá va”) y, desde
allí, aprovechando las pendientes, iban a los alcantarillados generales. A eso
había que sumar las heces de las caballerías que recorrían las calles como monturas o
tirando de los diversos tipos de carruajes, así como una gran diversidad de
otros animales domésticos. Las vacas lecheras, estabuladas en la propia ciudad,
sumaban más excrementos[1].
Además, los sistemas de calefacción eran de carbón o de leña. Muchos de estos
inconvenientes empezaron a desparecer con el comienzo del automovilismo y
terminaron con su popularización, de modo que unas suciedades ambientales
sustituyeron a otras.
El planteamiento debería ser otro: ¿la ciudad debe estar necesariamente
contaminada?. Si la mayor parte de las veces se prescindiera del auto para
moverse por ella, muy probablemente no estaría tan contaminada. Y que el auto
no sea necesario puede conseguirse haciendo incómodo su uso, con calles estrechas,
retorcidas y con falta de estacionamientos. Nunca será solución facilitar su
uso con anchas avenidas, ni facilitar su estacionamiento con bajas densidades
de población.
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