viernes, 18 de septiembre de 2015

El ocio


Y ese es un grave problema: el esparcimiento no lo resuelve la ciudad moderna. En épocas antiguas se hacía con teatro, conciertos y más adelante cine. Todas ellas, actividades sociales. Cierto que en el XIX estaban casi limitadas a las clases acomodadas, pero no tanto el teatro. Como ejemplo, puede contarse una historia poco conocida, la de la zarzuela. En sus principios la zarzuela era tal como la ópera: largas sesiones con caras escenografías y divos del canto, es decir, solo podían asistir gentes con suficiente dinero para pagar la entrada[1]. En el XIX, unos empresarios inventaron la zarzuela corta: obras de una hora u hora y media, lo que permitía dos o tres sesiones diarias, con escenarios menos lujosos y entradas también más baratas. Y a eso se le llamó el “género chico”, no a la zarzuela antigua, que por otro lado desapareció casi del todo, siendo sustituida por la ópera italiana en los escenarios.
         Luego vino el cine, con precios muy variables que permitían el acceso a todos los bolsillos. En la década de 1960, la entrada para las películas de estreno, en los cines de la Gran Vía de Madrid, costaba unas 35 pta, pero las de los cines de barrio, a menudo con dos películas y en sesión continua, no llegaban a las 5 pta, diferencia muy importante de precios que hoy no existe.
         Es importante recordar que, por aquel entonces se trabajaba y había colegio los sábados. Aunque los colegios daban asueto los jueves y los sábados por la tarde.
         Mucho han cambiado las cosas y a principios del siglo XXI, el problema que hay que resolver es el del tiempo de ocio; cuando la semana laboral es cada vez más reducida, cuando las máquinas hacen cada día una mayor parte del trabajo que antes hacían personas, los humanos se enfrentan a muchas más horas de ocio que hay que ocupar y deben hacerlo en la ciudad, sin extenderse por el campo, urbanizándolo[2]. Y no hablo de actividades como el teatro o el cine; ni siquiera de la televisión o eso que se ha dado en llamar “el cine en casa”. Hablo de actividades al aire libre, de actividades sociables, desde pasear hasta encontrarse con amigos por la calle.
En otro modo del ocio, el de los niños pequeños, las ideas sobre la ciudad moderna llevan, en ciudades que aún conservan una cierta trama tradicional, a hacer desaparecer las plazuelas y a crear, siempre que se puede, grandes parques, que al fin resulta que están alejados de la mayoría de las viviendas. Los niños deberían ser llevados casi todos los días del año a jugar con amigos de su edad, sobre todo en sociedades con natalidad tan baja como la nuestra, sin hermanos para hacerlo en casa; pero llevarlos a los parques exige demasiado tiempo de camino y poco de juego. Las plazuelas frecuentes, resolverían mejor el problema.
Cierto que muchos de los deportes que se practican ahora nacieron en los parques de ciudades del norte, con grandes zonas de pasto verde, pero en los parques actuales suele estar prohibido jugar a la pelota. Por el contrario, al menos en un país mediterráneo, España, los juegos urbanos no requieren demasiado espacio: para el del frontón[3], solo hacen falta una pared o dos, para los bolos o la calva, una cancha no demasiado grande, y lo mismo para la petanca en el sur de Francia. Ante la prohibición, no se ve demasiada necesidad de esos parques a la moda, con verdes praderas que es necesario mantener regadas a costa de un agua que estaría mejor empleada en la agricultura (y sería más rentable).
Y por otro lado, las plazuelas que se mantienen se pavimentan, olvidando al derecho de los niños a desollarse las rodillas en un suelo de arena, no contra baldosas de cemento.


[1] Siempre existían las entradas del llamado “gallinero”, muy arriba y al fondo del teatro, pero aun así no eran demasiado baratas.
[2] Me refiero a lo ocurrido antes de la crisis económica de los años de 2010, situación que es de esperar que vuelva.
[3] En los tiempos actuales muchos lo llaman pelota vasca, con notoria impropiedad, pues fue un juego general de toda la península y de algunos países vecinos. Hace unos sesenta años, raro era el pueblo que no disponía de un frontón, aunque a veces era una de las paredes de la iglesia. Efectivamente en las Vascongadas se ha mantenido vivo el juego y además hay algunas modalidades específicamente vascas, como la cesta punta.

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