Y
ese es un grave problema: el esparcimiento no lo resuelve la ciudad moderna. En épocas antiguas se hacía con
teatro, conciertos y más adelante cine. Todas ellas, actividades sociales.
Cierto que en el XIX estaban casi limitadas a las clases acomodadas, pero no
tanto el teatro. Como ejemplo, puede contarse una historia poco conocida, la de
la zarzuela. En sus principios la zarzuela era tal como la ópera: largas
sesiones con caras escenografías y divos del canto, es decir, solo podían
asistir gentes con suficiente dinero para pagar la entrada[1].
En el XIX, unos empresarios inventaron la zarzuela corta: obras de una hora u
hora y media, lo que permitía dos o tres sesiones diarias, con escenarios menos
lujosos y entradas también más baratas. Y a eso se le llamó el “género chico”,
no a la zarzuela antigua, que por otro lado desapareció casi del todo, siendo
sustituida por la ópera italiana en los escenarios.
Luego vino el cine, con precios muy
variables que permitían el acceso a todos los bolsillos. En la década de 1960,
la entrada para las películas de estreno, en los cines de la Gran Vía de
Madrid, costaba unas 35 pta, pero las de los cines de barrio, a menudo con dos
películas y en sesión continua, no llegaban a las 5 pta, diferencia muy
importante de precios que hoy no existe.
Es importante recordar que, por aquel
entonces se trabajaba y había colegio los sábados. Aunque los colegios daban
asueto los jueves y los sábados por la tarde.
Mucho han cambiado las cosas y a principios
del siglo XXI, el problema que hay que resolver es el del tiempo de ocio;
cuando la semana laboral es cada vez más reducida, cuando las máquinas hacen
cada día una mayor parte del trabajo que antes hacían personas, los humanos se enfrentan
a muchas más horas de ocio que hay que ocupar y deben hacerlo en la ciudad, sin
extenderse por el campo, urbanizándolo[2].
Y no hablo de actividades como el teatro o el cine; ni siquiera de la
televisión o eso que se ha dado en llamar “el cine en casa”. Hablo de
actividades al aire libre, de actividades sociables, desde pasear hasta
encontrarse con amigos por la calle.
En otro modo del ocio, el de los niños pequeños, las ideas
sobre la ciudad moderna llevan, en ciudades que aún conservan una cierta trama
tradicional, a hacer desaparecer las plazuelas y a crear, siempre que se puede,
grandes parques, que al fin resulta que están alejados de la mayoría de las
viviendas. Los niños deberían ser llevados casi todos los días del año a jugar
con amigos de su edad, sobre todo en sociedades con natalidad tan baja como la
nuestra, sin hermanos para hacerlo en casa; pero llevarlos a los parques exige
demasiado tiempo de camino y poco de juego. Las plazuelas frecuentes,
resolverían mejor el problema.
Cierto que muchos de los deportes que se practican ahora
nacieron en los parques de ciudades del norte, con grandes zonas de pasto
verde, pero en los parques actuales suele estar prohibido jugar a la pelota.
Por el contrario, al menos en un país mediterráneo, España, los juegos urbanos
no requieren demasiado espacio: para el del frontón[3],
solo hacen falta una pared o dos, para los bolos o la calva, una cancha no
demasiado grande, y lo mismo para la petanca en el sur de Francia. Ante la
prohibición, no se ve demasiada necesidad de esos parques a la moda, con verdes
praderas que es necesario mantener regadas a costa de un agua que estaría mejor
empleada en la agricultura (y sería más rentable).
Y por otro lado, las plazuelas que se mantienen se
pavimentan, olvidando al derecho de los niños a desollarse las rodillas en un
suelo de arena, no contra baldosas de cemento.
[1]
Siempre existían las entradas del llamado “gallinero”, muy arriba y al fondo
del teatro, pero aun así no eran demasiado baratas.
[2]
Me refiero a lo ocurrido antes de la crisis económica de los años de 2010,
situación que es de esperar que vuelva.
[3]
En los tiempos actuales muchos lo llaman pelota vasca, con notoria impropiedad,
pues fue un juego general de toda la península y de algunos países vecinos.
Hace unos sesenta años, raro era el pueblo que no disponía de un frontón,
aunque a veces era una de las paredes de la iglesia. Efectivamente en las
Vascongadas se ha mantenido vivo el juego y además hay algunas modalidades
específicamente vascas, como la cesta punta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario