viernes, 6 de noviembre de 2015

¿La ciudad árabe?



No es raro oír hablar de Toledo con una frase semejante a ésta: "... sus callejuelas de sabor árabe". Se tiene la creencia de que esa forma de ciudad se conserva en España gracias a ocho siglos de dominación árabe, pero ni siquiera es correcto considerar a los árabes como orientales en ese sentido: fueron verdaderos continuadores de la cultura mediterránea. Del mismo modo que conservaron y transmitieron a la Europa medieval las viejas fuentes del saber griego (aumentándolas con las propias), también conservaron la vieja ciudad, aquélla en la que vivieron egipcios, griegos y romanos. Por lo mismo que se conserva en Italia, o el sur de Francia, donde no hubo árabes.
Para apoyar esta afirmación podría traerse a colación una teoría que sostiene que los árabes no conquista­ron la península, sino que la liberaron. Imagínese que la legendaria traición del conde don Julián no fuese tal cosa, sino que el conde entendió que los árabes de entonces eran los depositarios de una cultura tradicional, ro­mana o mediterránea, mientras que los invasores bárbaros casi habían acabado con ella. Habida cuenta de que los germanos constituían un pequeño núcleo gobernante imponiéndose sobre una población mayoritariamente hispanorromana, puede suponerse que el conde, cansado de la dominación incivilizada, se da cuenta de que puede establecer con los árabes, con otros mediterráneos, una alianza que le haría recobrar para su país la civilización perdida, la edad de oro cultural que seguramente los educados en la tradición hispanorromana añoraban. Viendo lo ocurrido tiempo después, hay que reconocer que este Julián hipotético no andaba muy errado: el auge cultural del califato fue muchísimo más temprano que los de los países europeos que continuaban bajo la dominación de los bárbaros germanos.
Como añadido etimológico, recuérdese que el nombre del conde, Julián, es de origen latino (mediterráneo o civilizado), mientras que el del rey traicionado era godo: Roderico o Rodrigo[1]. El conde don Julián encuentra en los árabes unos sucesores de los romanos mucho más adecuados que los godos y, desde este punto de vista, también la ciudad de los árabes era la ciudad romana, la vieja ciudad mediterránea, muy anterior a los árabes, e incluso a los romanos.
Y en esta cuestión entraría también la discusión sobre el lugar en el que se originaron las ciudades. No hay todavía acuerdo entre los estudiosos que lo determina, pero parece que es más que probable que nacieran en Anatolia, o cerca de allí[2], y se extendieran tanto hacia oriente como hacia occidente. Pero si en este asunto todavía pudiera haber discusiones, lo que sí puede aseverarse que, durante mucho tiempo, solamente se construyeron dentro de la franja de clima mediterráneo.
Si se enfoca la cuestión desde un punto de vista práctico, las ventajas climáticas de la ciudad se manifiestan mejor en las mesetas de clima mediterráneo, más secas y con mayores contrastes de temperatura entre el día y la noche, que en las tierras cercanas al mar. En sus inicios, el proceso de creación de la trama trataba simplemente de generar abrigos útiles; la utilidad de cualquier avance o detalle nuevo en su construcción era mucho más fácil de comprobar en estas tierras.
Si se partiera desde la base de que en un principio la trama era abierta, chocícola, y que se llega a crear la trama cerrada por relleno de los espacios libres, y que las calles son el último terreno que queda para el común, la conclusión lógica es pensar que hay un proceso perverso de aprovechamiento excesivo del suelo, que recientemente se ha dado en llamar especulación sobre los terrenos.
Ello lleva a considerar el origen de la trama cerrada lastrado por un pecado original, pero en gran parte, esto no es otra cosa que trasladar conceptos modernos a tiempos muy antiguos. Y no les falta razón, pero lo cierto es que la especulación tiene un campo abonado en ciudades centrípetas, en las que un hecho puramente topográfico, la cercanía al centro, determina el deseo de ocupar los solares y por ende, sus precios, y este proceso de crecimiento se da precisamente en las ciudades nórdicas; por el contrario, cuando se trata de ciudades centrífugas, una posición del centro relativa­mente insegura, es decir, que puede cambiar con el tiempo, hace que la especulación no tenga una base firme. Si existiera debería hacerse siempre a plazo corto, pues el centro, el origen de los precios altos, puede cambiar de lugar o, incluso, puede haber varios centros.


[1] Esta teoría no ha podido tener éxito en un país, el nuestro, en el que la clase dirigente (la nobleza) estimaba como honor la descendencia directa de los godos. Sin embargo, éstos nunca fueron otra cosa que una minoría.
[2] Recientes investigaciones parecen apuntar a que el propio "homo sapiens" se extendió a partir de ese mismo punto.

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