No
es raro oír hablar de Toledo con una frase semejante a ésta: "... sus callejuelas de sabor árabe". Se
tiene la creencia de que esa forma de ciudad se conserva en España gracias a
ocho siglos de dominación árabe, pero ni siquiera es correcto considerar a los
árabes como orientales en ese sentido: fueron verdaderos continuadores de la
cultura mediterránea. Del mismo modo que conservaron y transmitieron a la
Europa medieval las viejas fuentes del saber griego (aumentándolas con las
propias), también conservaron la vieja ciudad, aquélla en la que vivieron
egipcios, griegos y romanos. Por lo mismo que se conserva en Italia, o el sur
de Francia, donde no hubo árabes.
Para apoyar esta afirmación podría traerse a colación una
teoría que sostiene que los árabes no conquistaron
la península, sino que la liberaron.
Imagínese que la legendaria traición
del conde don Julián no fuese tal cosa, sino que el conde entendió que los
árabes de entonces eran los depositarios de una cultura tradicional, romana o
mediterránea, mientras que los invasores bárbaros casi habían acabado con ella.
Habida cuenta de que los germanos constituían un pequeño núcleo gobernante
imponiéndose sobre una población mayoritariamente hispanorromana, puede
suponerse que el conde, cansado de la dominación incivilizada, se da cuenta de que puede establecer con los árabes,
con otros mediterráneos, una alianza que le haría recobrar para su país la civilización perdida, la edad de oro cultural que seguramente los
educados en la tradición hispanorromana añoraban. Viendo lo ocurrido tiempo
después, hay que reconocer que este Julián hipotético no andaba muy errado: el
auge cultural del califato fue muchísimo más temprano que los de los países
europeos que continuaban bajo la dominación de los bárbaros germanos.
Como añadido etimológico, recuérdese que el nombre del
conde, Julián, es de origen latino (mediterráneo o civilizado), mientras que el
del rey traicionado era godo:
Roderico o Rodrigo[1].
El conde don Julián encuentra en los árabes unos sucesores de los romanos mucho
más adecuados que los godos y, desde este punto de vista, también la ciudad de
los árabes era la ciudad romana, la vieja ciudad mediterránea, muy anterior a
los árabes, e incluso a los romanos.
Y
en esta cuestión entraría también la discusión sobre el lugar en el que se
originaron las ciudades. No hay todavía acuerdo entre los estudiosos que lo
determina, pero parece que es más que probable que nacieran en Anatolia, o
cerca de allí[2],
y se extendieran tanto hacia oriente como hacia occidente. Pero si en este
asunto todavía pudiera haber discusiones, lo que sí puede aseverarse que,
durante mucho tiempo, solamente se construyeron dentro de la franja de clima
mediterráneo.
Si se enfoca la cuestión desde un punto de vista práctico,
las ventajas climáticas de la ciudad se manifiestan mejor en las mesetas de
clima mediterráneo, más secas y con mayores contrastes de temperatura entre el
día y la noche, que en las tierras cercanas al mar. En sus inicios, el proceso
de creación de la trama trataba simplemente de generar abrigos útiles; la
utilidad de cualquier avance o detalle nuevo en su construcción era mucho más
fácil de comprobar en estas tierras.
Si
se partiera desde la base de que en un principio la trama era abierta,
chocícola, y que se llega a crear la trama cerrada por relleno de los espacios
libres, y que las calles son el último terreno que queda para el común, la
conclusión lógica es pensar que hay un proceso perverso de aprovechamiento
excesivo del suelo, que recientemente se ha dado en llamar especulación sobre
los terrenos.
Ello lleva a considerar el origen de la trama cerrada
lastrado por un pecado original, pero en gran parte, esto no es otra cosa que
trasladar conceptos modernos a tiempos muy antiguos. Y no les falta razón, pero
lo cierto es que la especulación tiene un campo abonado en ciudades
centrípetas, en las que un hecho puramente topográfico, la cercanía al centro,
determina el deseo de ocupar los solares y por ende, sus precios, y este
proceso de crecimiento se da precisamente en las ciudades nórdicas; por el
contrario, cuando se trata de ciudades centrífugas, una posición del centro relativamente
insegura, es decir, que puede cambiar con el tiempo, hace que la especulación
no tenga una base firme. Si existiera debería hacerse siempre a plazo corto,
pues el centro, el origen de los precios altos, puede cambiar de lugar
o, incluso, puede haber varios centros.
[1]
Esta teoría no ha podido tener éxito en un país, el nuestro, en el que la clase
dirigente (la nobleza) estimaba como honor la descendencia directa de los
godos. Sin embargo, éstos nunca fueron otra cosa que una minoría.
[2]
Recientes investigaciones parecen apuntar a que el propio "homo
sapiens" se extendió a partir de ese mismo punto.
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