Conviene
estudiar el momento en el que se produce ese error histórico del que se ha
hablado al principio. La historia de la ciudad se escribe en el siglo XIX; como
en casi toda la ciencia de la época, sus autores eran de países del norte de
Europa y, por lo tanto escribieron la historia de la ciudad en que vivían.
En primer lugar discutieron sobre el significado de la
palabra ciudad. Y ahí aparece el primer problema, pues en las traducciones se
produce una confusión cuando, indiferentemente, las palabras stadt o town se traducen por ciudad.
Pero lo cierto es que stadt, town y ciudad son palabras que pueden designar cosas distintas. Para los
que hablamos lenguas romances, herederas del latín, la cuestión debería ser
sencilla, pues la tradición lingüística de la palabra ciudad tiene viejas raíces. Procede de civitas, que ya de antiguo tiene docta explicación.
En De Re Publica
define Cicerón la Res Publica como la cosa del pueblo. Este pueblo (populus) es un grupo numeroso de hombres
que tiene una ley y una comunidad de intereses. La civitas romana era la organización del populus o, más precisamente, la reunión de los cives o ciudadanos, lo que implica una organización de la
comunidad de intereses: el nexo de unión de los ciudadanos, cives, era tener unos derechos comunes,
los del ciudadano.
En Grecia, la polis es, por el contrario, una demarcación territorial, un
lugar, cuyos habitantes (o algunos de entre ellos) ostentaban la condición de
ciudadanos (polites) con sus
derechos correspondientes. La palabra latina civitas no tiene nada que ver con el marco físico, sino con la
organización legal de los ciudadanos. Pero tampoco polis tendría significado solamente por la definición del
territorio; hasta nosotros ha llegado como lugar donde hay ciudadanos, es
decir, una organización. Se podría decir que es más moderno el término latino,
pues no se limita a un concepto territorial, sino que se refiere directamente a
las personas, a la organización social. Por esta razón, todavía conscientes del
origen latino de su lengua, los revolucionarios franceses dieron calidad de ciudadano al poseedor de los derechos
conquistados por la Revolución, en contraposición a la de súbdito.
Así pues, para los de habla romance no debería ser necesario
definir el término ciudad por otra
condición que por la situación legal de los ciudadanos[2];
cuando se trata de definir stadt o town, puede haber necesidad de buscar
otras condiciones (el tamaño, población o su situación socioeconómica), pero el
término ciudad refleja realmente una organización de ciudadanos y no un tamaño,
una serie de actividades o una densidad de población.
De hecho, hasta hace poco, nadie puso en duda la definición
de ciudad. Desde la Edad Media, en nuestro país era ciudad, independientemente
de su forma o actividad, la que gozaba del derecho de enviar procuradores a las
Cortes, es decir, la que gozaba de derechos cuya modificación debía ser
discutida[3].
Cierto que se daba este título a las poblaciones con una cierta cantidad de
habitantes dedicados a actividades de lo que ahora se llaman sectores
secundario y terciario (industria y comercio), es decir, que eran ricas y, por
lo tanto, podían aportar dinero a las arcas reales. Por otro lado, se supone
que la forma es una cuestión aceptada por principio.
Sin embargo hay otra serie de poblaciones en nuestro país
que no cumplen ninguna de las dos condiciones. No son ciudades porque sus
poblaciones no tienen el título, pero los habitantes, aunque se dedican principalmente
a la agricultura, tampoco son verdaderamente “campesinos”. Son, lo que se llama
en castellano, labradores. Cultivan (labran) el campo, pero habitan en
poblaciones de cierto tamaño. Un caso ejemplar es el de las villas manchegas
antiguas[4]:
bastante separadas unas de otras, los labradores vivían en ellas, pero cuando
llegaba la época de las labores del campo (siembra, recogida), se iban a su terruco
y lo labraban, durmiendo en un chozo edificado allí; todos los días venía
alguien de la población (normalmente los niños) con la comida, haciendo un
camino de algunas horas, de ida y vuelta. El resto del tiempo vivían en la
población: eran gente urbana, habitando en una “ciudad” mediterránea.
[2]
Los habitantes de las villas, poblaciones que no ostentaban el título de
ciudad, eran villanos.
[3]
Las demás poblaciones, con señor, eran villas. Un caso curioso es el de Madrid,
que nunca fue ciudad, sino villa.
[4]
Realmente, hasta la
popularización de los vehículos de tración mecánica en España, es decir, hasta
las décadas de 1950 o 1960, que permitió el traslado diario a la tierra.