viernes, 10 de abril de 2015

Ciudades fundadas



En sus orígenes, como se ha visto, la ciudad mediterránea era de trama tupida: una amalgama de casas sin orden aparente.
         Y la misma Roma (la Urbe por excelencia) era así hasta el incendio de la ciudad, en tiempos del emperador Nerón. Y aunque muchas historias del urbanismo citan a Haussman como el “fundador” de la “ciudad moderna”, fue Nerón el primero que rompió el dédalo de callejuelas abriendo grandes avenidas en Roma. Para entonces Roma había pasado de ser una ciudad-república a ser capital de un extenso imperio. Por esta razón, parece adecuado llamar a este tipo de ciudad, Imperial, y no moderna (el París de las grandes avenidas, lo hizo Haussman también durante otro imperio)
         Pero además, estos pueblos mediterráneos fundaron colonias. A veces los fundadores eran colonizadores, pero otras (parece que Rómulo y Remo) delincuentes o malhechores expulsados de su ciudad. Veamos cómo lo hacían:
         La primera providencia era levantar un altar, bajo el que se depositaba una arqueta con tierra traída desde el lugar de origen de los fundadores. Este rito era importante y religioso: con la colocación de la tierra en el altar se hace la ficción de consagrar a los dioses territoriales de su lejano país la tierra donde se asienta la nueva colonia.
         De la importancia de esta creencia piadosa da fe la actitud de Sócrates que, acusado de impiedad, no tiene otro remedio que tomar la cicuta como alternativa al destierro, que le condenaría a perder la posibilidad de rendir culto a sus dioses territoriales, dando la razón a la acusación realizada[1].
          En ese altar se sacrificaban animales cazados en los contornos. Los augures (sacerdotes) examinaban las entrañas y en ellas “leían” el futuro de la ciudad. Si los signos eran favorables, se procedía a la fundación de la ciudad. Esta ceremonia queda un tanto desmitificada en Vitrubio o en las leyes de Yndias, de Felipe II, que dicen que “examínense las entrañas de animales y aves cazados en los contornos y si tienen los pulmones y el hígado sanos, es que las aguas y los aires son saludables”. Ya no es un secreto en poder de los sacerdotes, es ciencia de fundar ciudades.
         Terminados los ritos iniciales, se comienza el trazado. En primer lugar se trazaba la cerca o muralla. Se uncían a un arado dos terneros (macho y hembra) blancos, que nunca hubieran sido uncidos hasta ese momento. Se hacía un surco que marcaba la pomma, o núcleo de la ciudad, llevando al macho por el exterior de la ciudad y la hembra por el interior.
En las puertas, el arado se levantaba en vilo: se portaba y de ahí viene el nombre de puerta. Desde ese momento el surco, la muralla, era inviolable y había que pasar por las puertas[2].
          A continuación se comenzaban los trabajos de construcción. Al contrario que las ciudades originales latinas, las fundaciones tenían un trazado más o menos en damero:
         Se comenzaba por trazar perpendicularmente dos calles: cardo y decúmano, partiendo del altar que quedaba en posición cercana al centro de la pomma o pomerio.
         Al parecer, en este lugar se situaba el foro, pero hay una cosa curiosa, y es que foro, quiere decir fuera, lo que está fuera.
         Y una cuestión muy importante: las casas se construían en medianería, como en las primitivas ciudades.


[1] Por el contrario, otro pueblo, los israelitas, como nómadas (pastores trashumantes) tenían un dios extraterritorial, lo cual resultó ser revolucionario.
[2] En la fundación de Roma, dicen los mitos que Rómulo mató a su hermano gemelo Remo, por saltar sobre el surco.

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