Partiendo
de la vieja idea de la edad dorada o del mito del buen salvaje, como se dijo hace
unas semanas, los historiadores de la ciudad en el siglo XIX pensaron que había
que poner la naturaleza, el campo, en la ciudad, como un regreso a los orígenes
de la ciudad de Arcadia. Y para ello se apoyaron en la Biblia. En el Génesis se
lee: Caín, alejándose de la presencia de
Yavé, habitó en la región de Nod, al oriente del Edén. Conoció Caín a su mujer, que concibió y parió
a Enoc. Púsose entonces a edificar una ciudad, a la que dio el nombre de Enoc,
su hijo.... Y en esta frase se inspiraron para pensar que la ciudad es
mala, es cainita.
En cambio
el campo es bueno: Set y sus descendientes hasta Noé y Abraham son pastores,
campesinos trashumantes. De ahí que la “recreación” de la ciudad pasase por la
vuelta al campo, como se veía en las Noticias
de ninguna parte de Morris.
Puede
parecer mentira, pero esa idea de la ciudad cainita, “mala”, está presente en
la historiografía de la ciudad y ha tenido importantes repercusiones.
Lo que
diga la Biblia no debería ser importante (desde un punto de vista científico,
cuenta mitos), si no hubiera sido luz y guía de los teóricos de la ciudad, que
eran cristianos....
Si el resto de la Ciencia hubiera seguido estos pasos,
seguiríamos pensando que el sol gira alrededor de la Tierra y que el azul del
cielo se debe a las aguas.
A pesar de
ello reconocían a la ciudad como cuna de la civilización, y también de la
ciencia y del arte. Para ello hay que reivindicar a Caín: la misma Biblia dice
que de la ciudad vienen las artes y las técnicas: entre los más inmediatos
descendientes de Caín estaban Jubal, el
padre de los que tocan la cítara y la flauta, y Tubalcaín, forjador de instrumentos cortantes de bronce
y hierro. Es decir, reconoce el poder innovador de la ciudad (de los
ciudadanos) en las artes y en las técnicas frente a los campesinos. Y ahí
aparece una cuestión: para ellos aquella ciudad es la de trama laxa, abierta.
Algo cainita, malvada, pero también algo arcádica, es decir abierta, en
contacto con el campo. En cualquier caso, preferían ser setitas (hijos de Dios)
que cainitas (hijos de los hombres).
Evidentemente,
para ellos, la trama de estas ciudades muy primitivas era abierta, con casitas
aisladas. Tal como eran (y son) los poblados primitivos entonces y ahora.
Una de las
pruebas que aportaron para esta suposición es que los viejos templos griegos y
romanos se construían aislados. Por su importancia, el templo había mantenido a
través de los tiempos la vieja disposición. Era la morada del dios, pero una
morada, es decir que era como las viviendas de los ciudadanos.
Pero hay
un matiz importante. El templo procede de un local específico de las viviendas.
En Grecia se llamaba mégaron y tablinium en Roma y era la habitación
más o menos sagrada de la vivienda, donde se guardaban los archivos y los
dioses familiares. Evidentemente, en el palacio del rey había también este
local y, por ser el rey el más importante de la ciudad, su mégaron era el más importante y morada del dios de la ciudad.
Ahora
bien, en aquellos tiempos los dioses eran territoriales, de modo que cualquier
invasor que conquistase la ciudad tenía que aceptar al dios del territorio.
Para humillar al rey vencido, destruía su palacio pero el templo, el megaron o
tablinium, tenían que permanecer en pie.
Y
efectivamente, podría decirse que el tipo de templo más antiguo, el “in antis”,
es un local que ha perdido la casa que tenía alrededor. Luego, ante las
desnudez de tres de sus fachadas fueron apareciendo otros modelos, el próstilo,
el anfipróstilo y el períptero. Es decir, el templo no era exento en sus orígenes,
sino entre medianeras.
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