viernes, 27 de febrero de 2015

Las dos ciudades



En la teoría de la ciudad moderna, aparece una suposición que me parece discutible, y que podría expresarse: del mismo modo que la arquitectura evoluciona con el tiempo en distinto estilos, la ciudad también lo hace, para pasar desde la ciudad llamada antigua  hasta la ciudad moderna. Alguna razón hay en ello, puesto que las condiciones de vida moderna son también distintas de las anteriores, pero en realidad menos de lo que se piensa.

            Leí hace tiempo una cita: “la grandeza del hombre es saber crear ideas; su miseria poder quedar preso de ellas”. No he conseguido encontrar donde, aunque creo que es de Fustel de Coulanges, en su libro “La ciudad antigua”, pero sea o no suya, lo cierto es que la idea se mantiene por si misma sin necesidad de buscar una autoridad que la haya expuesto.

            Y es que probablemente aquí ocurra algo parecido, y se trata de que los teóricos del urbanismo han imaginado la ciudad semejante a un organismo vivo que evoluciona con el tiempo. Como creación humana que es, la evolución no es casual, sino llevada por la mano del hombre. Pero aun así, la idea es que esa ciudad, como otros organismos vivos, pertenece a una sola especie, que va evolucionando. Y esta idea puede ser errónea. El primer problema que se presenta para discutir la idea es que nunca ha sido expresada como tal.

            En cualquier caso, voy a partir de ello y plantear la cuestión de otro modo: hay dos especies de ciudad, nacidas en lugares distintos, aunque a lo largo de los milenios se han ido mezclando e hibridando. Esas especies serían, por un lado, la vieja ciudad, de trama tupida, y por otro la ciudad de trama rala, abierta. Su forma se debe a que nacieron en climas y con necesidades diferentes.

            Examinamos la cuestión. Cuando nacieron las ideas sobre la “ciudad moderna”, la arqueología no había llegado a los saberes de hoy. Se supuso que los poblados antiguos eran un conjunto de chozas, aisladas, rodeadas de una empalizada para su defensa, tal como son los poblados de pueblos primitivos actuales o incluso los diversos tipos de castros encontrados hasta en nuestra península. Otros pensaron que palafitos, a los que, con una navegación incipiente, era difícil atacar sin llevar, campo a través, un número importante de barquichuelas.

            Se cuenta la historia de la ciudad como parte de la historia de la humanidad. A una época de cazadores y recolectores, nómadas o seminómadas, sigue un cierto asentamiento, en el que cada cual construye una choza, como bien le viene. Con la aparición de la agricultura se juntan en poblados, que se cercan para defenderse de los enemigos. Cuanto mejor es la construcción de la cerca, más difícil es aumentar el espacio interior (hay que construir una nueva cerca), de modo que las nuevas habitaciones se fueron juntando con las anteriores para dar por resultado la ciudad conocida como “antigua”.

            Esta idea la apoyan estudiosos muy importantes, incluido el propio Fustel de Coulanges, que en su libro, realmente dedicado a las instituciones que hicieron posible la ciudad antigua, no hace más que una mención a su forma física, para decir que era de casas separadas, es decir, lo que podríamos llamar un poblado “chocícola”.

            Sin embargo, en los años 60 del pasado siglo, el arqueólogo James Mellaart, excavó el yacimiento de Çatalhöyük, una ciudad neolítica que llegó a tener unos 10.000 habitantes (una verdadera megalópolis para la época). Esa ciudad estaba en Anatolia y tenía las casas pegadas una a la otra, en medianera, y ni siquiera había calles entre ellas.

            Çatalhöyük presenta unas características que en nada hacen pensar en esta posibilidad. Es imposible imaginar que llegaran a juntarse tanto que los espacios entre ellas, las calles, desapareciesen del todo. La conclusión es que nació así.

viernes, 20 de febrero de 2015

Un poco de historia



Repetiré someramente lo que viene en tantos libros que tratan el tema. En el siglo XIX, la ciudad industrial atrae a gentes del campo como obreros que ocupan barrios construidos malamente y peor urbanizados, sin servicios mínimos y, por lo tanto, insalubres. El precio del suelo se dispara y las casas, mínimas, se apiñan miserablemente. Por otro lado la industria movida por carbón ensucia precisamente esos barrios, asentados cerca de las fábricas.
            Ese mismo siglo aparecieron unos cuantos soñadores utópicos que se propusieron mejorar la ciudad. En el primer país industrializado, Inglaterra, William Morris, publica Noticias de ninguna parte (News from nowhere, 1890) en el que retrata una utopía en la que en Londres no quedan más que unos pocos edificios y el resto ha desaparecido sustituido por campo y jardines. Ebenezer Howard publica en 1902 «Ciudades Jardín del mañana», empezando el movimiento de las ciudades jardín, aunque con el tiempo también se entendieron como extensión de los cascos urbanos.
            Diez años antes que Howard, en España, Arturo Soria había propugnado lo mismo en 1892, aunque con una forma muy distinta a la de Howard: la Ciudad Lineal: una calle muy larga a cuyos lados se edificaba y, lo curioso del caso, era de una forma extraña para este país: se hacía con casitas con jardín, no con la trama tradicional. Probablemente Soria se inspiró en los barrios de esas casitas con jardín que habían aparecido desde mediados de siglo en las proximidades de las estaciones de ferrocarril. Efectivamente, los ingenieros extranjeros que habían construido esos ferrocarriles se hacían casas en las proximidades de su trabajo, con una forma muy distinta de la tradicional[1].
            A partir de ese momento se prodigaron las teorías sobre la que fue llamada ciudad moderna que, como se verá más adelante, no lo es tanto. Había que abrir las estrechas callejas de la ciudad vieja o antigua para convertirla en una ciudad jardín. Se popularizó la frase hay que urbanizar el campo y ruralizar la ciudad.
            Paralelamente estaba naciendo lo que se llama el movimiento moderno de arquitectura, cuyos promotores aceptaron sin dudar las ideas de este urbanismo y se propusieron influir en el trazado de las ciudades al hacer nuevos edificios. Tímidamente había empezado esta idea Auguste Perret, que en 1902, construyó un edificio en la Avenue Wragan, de París, en la que la fachada no quedaba alineada con la calle, sino que se retranqueaba, ganando luces en las habitaciones al evitar un patio interior.
            Más adelante, Le Corbusier lanzó la idea de edificar en altura para liberar suelo para jardines, idea que plasmó en la Unidad de Habitación de Marsella en 1947[2].
            Desde entonces, las nuevas edificaciones en la ciudad tuvieron en cuenta estas ideas y en muchos casos fueron rompiendo, de modo inmisericorde, la trama tradicional de muchas de ellas.
            Desde el siglo XIX ha llovido mucho, y esos barrios que los utópicos de entonces vieron como miserables, han sido urbanizados, pavimentados y han recibido todos los servicios necesarios, al menos en la parte rica de Europa y América. Ya no son insalubres, sin embargo la idea de que el “campo”, la vegetación ha de estar en la ciudad se ha extendido y se crean multitud de barrios en que unos insulsos e inservibles jardines rodean los edificios. Y, lo que es peor, cuando se construye una casa nueva en el casco consolidado, a menudo se deja delante otro parterre, alejando la fachada de la línea de calle.
            En la primera de mis entradas en este blog, anuncié que matizaría la afirmación “los edificios se construyen violando su forma tradicional, es decir, en forma moderna”. Mucha gente piensa que no se debe construir arquitectura moderna en la ciudad, pero eso es un error. Las más maravillosas de entre las viejas ciudades tienen en sus calles variadas muestras de los diferentes estilos que han ido apareciendo. Cada generación dejo su impronta con el estilo que en su siglo primaba. No hay razón para pensar que la actual no lo haga. El matiz clave es que esa arquitectura, con la forma más rabiosamente actual que pueda tener, no debe imponerse sobre la trama de la ciudad. Debe conservar las fachadas en línea de calle y mantener una cierta proporción y respeto a la trama urbana. Es decir, debe evitar la tentación de reformar la ciudad, de transformarla. Debe conservar la forma de la vieja ciudad. La forma que la hizo bella.



[1] Barrios que por cierto están desapareciendo o han desaparecido, y bien hubieran merecido un estudio
[2] Curiosamente, el jardín de este edificio es ahora un aparcamiento, no un jardín.

viernes, 13 de febrero de 2015

Sobre la densidad de población



En 1798, Thomas Robert Malthus publica su famoso  Ensayo sobre el principio de la población, en el que afirmaba que la población tiende a crecer en progresión geométrica, mientras que los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética, por lo que llegará un día en que la población será mayor que los medios de subsistencia, si no se toman medidas.
Hasta el momento tal cosa no se ha producido. La tierra sigue siendo capaz de dar comida  a todos sus habitantes. Otra cuestión es que esos alimentos estén mal repartidos y a unos les sobren y a otros les falten.
Y efectivamente la población crece en progresión geométrica y por lo tanto cada 30 o 40 años se duplica. Si actualmente hay N millones de habitantes, hace unos 40 años había N/2 y hace 80, N/4.
Si se suman los términos de esa progresión, prescindiendo del primero, N:
        N/2 + N/4 + N/8 + N/16 + ····  
      esta suma tiende a N
Esto quiere decir que actualmente viven en la tierra la mitad de los humanos que ha habido en todos los tiempos. Es decir, estadísticamente, están vivos la mitad de los sabios, la mitad de los poetas y la mitad de los ladrones.
Y hay que recordar que para dentro de unos 30 o 40 años habrá en el mundo 2N habitantes, lo que supone que habrá que multiplicar por dos tanto los alimentos como las viviendas.

Por otro lado, en los tiempos que corren hay una gran preocupación por las emisiones de CO2 y, en vista de eso, se están promoviendo combustibles que previamente hayan hecho una labor de fijación y descomposición de dicho gas: las plantas lo hacen mediante la función clorofílica. Se fabrican combustibles de procedencia vegetal, en vez de mineral.
En teoría las emisiones de dióxido de carbono de estos combustibles deberían ser iguales al absorbido por la planta en su proceso de crecimiento, pero aunque el proceso de recolección y manipulación, también exige un consumo de energía, con sus correspondientes emisiones, lo cierto es que el balance final muestra un ahorro neto de ellas.
Uniendo esto a lo afirmado más arriba, aparece una cuestión muy importante: no solo hacen falta más tierras laborables para producir más alimentos, sino también otras para producir combustibles. Además de solares para construir casas. Lo que lleva a la conclusión de que, construir en extensión con bajas densidades de población, ocupando campos que pueden servir para cultivos, no es ecológico. Las llamadas “urbanizaciones”, que yo llamaría más bien “ruralizaciones”, de casitas con jardín son algo que deberá desaparecer con el tiempo, y sus terrenos deberán ser roturados y cultivados. Y no se me diga que muchas de ellas son tierras que no sirven para cultivo, porque se puede responder que, ciertamente, no sirven para cultivo de alimentos, pero hay que recordar que para combustible sirve cualquier planta, incluso los cardos más rústicos.
Y las ciudades tradicionales son una buena alternativa a esto. En su trama tupida tienen cabida hasta las casas unifamiliares conviviendo con casas de vecinos. En esas casas unifamiliares, no hacen falta jardines de media hectárea, sino un patio donde pueda vivirse al aire libre, como se ha hecho tradicionalmente.
Evidentemente, también es una posibilidad el otro modo de urbanización, con torres de viviendas, que además puede alcanzar densidades de población más altas, pero la diferencia entre uno y otro modo es que en la ciudad tradicional se puede alcanzar una calidad de vida mejor.