En la teoría de la ciudad
moderna, aparece una suposición que me parece discutible, y que podría
expresarse: del mismo modo que la arquitectura evoluciona con el tiempo en
distinto estilos, la ciudad también lo hace, para pasar desde la ciudad llamada
antigua hasta la ciudad moderna. Alguna
razón hay en ello, puesto que las condiciones de vida moderna son también
distintas de las anteriores, pero en realidad menos de lo que se piensa.
Leí hace tiempo una cita: “la grandeza del hombre es saber crear ideas; su miseria poder quedar
preso de ellas”. No he conseguido encontrar donde, aunque creo que es de
Fustel de Coulanges, en su libro “La
ciudad antigua”, pero sea o no suya, lo cierto es que la idea se mantiene
por si misma sin necesidad de buscar una autoridad que la haya expuesto.
Y es que probablemente aquí ocurra algo parecido, y se
trata de que los teóricos del urbanismo han imaginado la ciudad semejante a un
organismo vivo que evoluciona con el tiempo. Como creación humana que es, la
evolución no es casual, sino llevada por la mano del hombre. Pero aun así, la
idea es que esa ciudad, como otros organismos vivos, pertenece a una sola
especie, que va evolucionando. Y esta idea puede ser errónea. El primer
problema que se presenta para discutir la idea es que nunca ha sido expresada
como tal.
En cualquier caso, voy a partir de ello y plantear la
cuestión de otro modo: hay dos especies de ciudad, nacidas en lugares
distintos, aunque a lo largo de los milenios se han ido mezclando e hibridando.
Esas especies serían, por un lado, la vieja ciudad, de trama tupida, y por otro
la ciudad de trama rala, abierta. Su forma se debe a que nacieron en climas y
con necesidades diferentes.
Examinamos la cuestión. Cuando nacieron las ideas sobre
la “ciudad moderna”, la arqueología no había llegado a los saberes de hoy. Se
supuso que los poblados antiguos eran un conjunto de chozas, aisladas, rodeadas
de una empalizada para su defensa, tal como son los poblados de pueblos
primitivos actuales o incluso los diversos tipos de castros encontrados hasta
en nuestra península. Otros pensaron que palafitos, a los que, con una
navegación incipiente, era difícil atacar sin llevar, campo a través, un número
importante de barquichuelas.
Se cuenta la historia de la ciudad como parte de la
historia de la humanidad. A una época de cazadores y recolectores, nómadas o
seminómadas, sigue un cierto asentamiento, en el que cada cual construye una
choza, como bien le viene. Con la aparición de la agricultura se juntan en
poblados, que se cercan para defenderse de los enemigos. Cuanto mejor es la
construcción de la cerca, más difícil es aumentar el espacio interior (hay que
construir una nueva cerca), de modo que las nuevas habitaciones se fueron juntando
con las anteriores para dar por resultado la ciudad conocida como “antigua”.
Esta idea la apoyan estudiosos muy importantes, incluido
el propio Fustel de Coulanges, que en su libro, realmente dedicado a las
instituciones que hicieron posible la ciudad antigua, no hace más que una
mención a su forma física, para decir que era de casas separadas, es decir, lo
que podríamos llamar un poblado “chocícola”.
Sin embargo, en los años 60 del pasado siglo, el
arqueólogo James Mellaart, excavó el yacimiento de Çatalhöyük, una ciudad
neolítica que llegó a tener unos 10.000 habitantes (una verdadera megalópolis
para la época). Esa ciudad estaba en Anatolia y tenía las casas pegadas una a
la otra, en medianera, y ni siquiera había calles entre ellas.
Çatalhöyük presenta unas características que en nada
hacen pensar en esta posibilidad. Es imposible imaginar que llegaran a juntarse
tanto que los espacios entre ellas, las calles, desapareciesen del todo. La
conclusión es que nació así.