viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Suposición audaz?



El terreno
La aplicación de la moderna teoría urbanizadora puede dar resultados que se podrían calificar, cuanto menos, de absurdos. Para demostrarlo, bastaría con imaginar que a un urbanista se le encargase el proyecto de una ciudad nueva. La zona elegida, una serranía hacia el centro de la península ibérica, tiene minas y bosques con sus correspondientes explotaciones manufactureras, lo que proporciona suficiente población, entre técnicos y obreros, como para justificar la construcción de una ciudad.
El terreno es un peñote en la confluencia de dos riachuelos, y se elige porque es el único lugar sin árboles en los alrededores. El primer proyecto canaliza los dos ríos y allana el terreno. Los promotores se asustan: demasiado caro tanto movimiento de tierras. En el segundo y definitivo se conforma una ciudad con muros de contención y terrazas, donde se edifi­can bloques aislados o viviendas unifa­miliares aisladas. Un gran paseo con­tornea la ciudad.
Primer proyecto
Segundo proyecto

Cuenca

Pero el paseo ¡oh, naturaleza!, es inútil la mayor parte del año: el invierno es demasiado frío y el verano caluroso; solamente se ve concurrido en algunos y agradables días de primavera. Uno de estos, el proyectista tomará una fotografía que exhibirá orgulloso en su estudio (al fin y al cabo, es la obra de su vida), pero lo más normal será que los habitantes pronto se acostumbren a las vistas y solamente recuerden que las tienen cuando algún visitante las admire. Como no hay verdaderas calles, a los pobladores no les queda otro remedio que visitarse en sus casas o reunirse en bares; cuando no se reúnan, que será lo normal, se retraen en sus hoga­res la mayor parte del tiempo viendo la televisión, en vez del paisaje, me­nos variado que los programas de la tele. Acostumbrados muchos de ellos a las ciudades grandes harán sus viajes interiores en automóvil, gozando de las facilidades que les da el nuevo urbanis­mo y la ciudad no tendrá peato­nes la mayor parte del tiempo.
Hace mucho tiempo otros hombres edificaron una ciudad en un lugar seme­jante: se trata de Cuenca, y fué construida desde un entendimiento de la ciudad muy distinto. Las casas colgadas, que forman el borde de la trama, protegen las calles del viento y del sol, haciéndolas útiles para la estancia, tanto en invierno como en verano, en mucho mejores condiciones que la avenida perimetral. Pareciera que sus habitantes hayan conocido desde siempre ese embotamiento de la vista ante lo repetido, y supieran que no es necesario estar viendo un paisaje permanentemente, pero gustan de ellos y han cuidado que, desde el risco frontero, se admire una belleza inusual para el habitante y que con un paseo se recobre la posibilidad de asom­bro. ¿Por qué esa manía de los muros de contención?, ¿qué necesidad hay de allanar un terreno para asentar encima casas completamente vulgares?.

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