La
aplicación de la moderna teoría urbanizadora puede dar resultados que se
podrían calificar, cuanto menos, de absurdos. Para demostrarlo, bastaría con
imaginar que a un urbanista se le encargase el proyecto de una ciudad nueva. La
zona elegida, una serranía hacia el centro de la península ibérica, tiene minas
y bosques con sus correspondientes explotaciones manufactureras, lo que proporciona
suficiente población, entre técnicos y obreros, como para justificar la
construcción de una ciudad.
El terreno es un peñote en la confluencia de dos riachuelos,
y se elige porque es el único lugar sin árboles en los alrededores. El primer
proyecto canaliza los dos ríos y allana el terreno. Los promotores se asustan:
demasiado caro tanto movimiento de tierras. En el segundo y definitivo se
conforma una ciudad con muros de contención y terrazas, donde se edifican
bloques aislados o viviendas unifamiliares aisladas. Un gran paseo contornea
la ciudad.
Pero el paseo ¡oh, naturaleza!, es inútil la mayor parte del
año: el invierno es demasiado frío y el verano caluroso; solamente se ve
concurrido en algunos y agradables días de primavera. Uno de estos, el
proyectista tomará una fotografía que exhibirá orgulloso en su estudio (al fin
y al cabo, es la obra de su vida), pero lo más normal será que los habitantes
pronto se acostumbren a las vistas y solamente recuerden que las tienen cuando
algún visitante las admire. Como no hay verdaderas calles, a los pobladores no
les queda otro remedio que visitarse en sus casas o reunirse en bares; cuando
no se reúnan, que será lo normal, se retraen en sus hogares la mayor parte del
tiempo viendo la televisión, en vez del paisaje, menos variado que los
programas de la tele. Acostumbrados muchos de ellos a las ciudades grandes
harán sus viajes interiores en automóvil, gozando de las facilidades que les da
el nuevo urbanismo y la ciudad no tendrá peatones la mayor parte del
tiempo.
Hace mucho tiempo otros hombres edificaron una ciudad en un
lugar semejante: se trata de Cuenca, y fué construida desde un entendimiento
de la ciudad muy distinto. Las casas colgadas, que forman el borde de la trama,
protegen las calles del viento y del sol, haciéndolas útiles para la estancia,
tanto en invierno como en verano, en mucho mejores condiciones que la avenida
perimetral. Pareciera que sus habitantes hayan conocido desde siempre ese embotamiento
de la vista ante lo repetido, y supieran que no es necesario estar viendo un
paisaje permanentemente, pero gustan de ellos y han cuidado que, desde el risco
frontero, se admire una belleza inusual para el habitante y que con un paseo se
recobre la posibilidad de asombro. ¿Por qué esa manía de los muros de
contención?, ¿qué necesidad hay de allanar un terreno para asentar encima casas
completamente vulgares?.
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