viernes, 20 de marzo de 2015

La defensa de la riqueza de la ciudad



Intentar aquí buscar explicaciones a las razones por las que en algún momento nació la ciudad, sería alargar mucho estos apuntes. Pudo deberse a variadas causas, ya fueran económicas, sociales o religiosas. Lo cierto es que tal cosa ocurrió y se plasmó como reunión de un grupo numeroso de personas dispuestas a convivir en un espacio físico relativamente reducido.
         Lo que interesa destacar es que la ciudad así nacida fue capaz de crear riqueza. La cantidad y calidad de los ajuares domésticos que se han encontrado en las excavaciones de Çatal Höyük parecen demostrarlo y crece su importancia cuando se piensa que se trata de un poblado neolítico.
         Y la riqueza es un factor que ha de pesar poderosamente sobre los destinos de la ciudad recién nacida. La riqueza despierta la codicia de los demás y es seguro que la ciudad tuvo que verse muy pronto en la necesidad de rechazar a quienes querían quitársela por la fuerza. La necesidad aviva el ingenio y los ciudadanos se debieron dar cuenta de las virtudes del recinto urbano como máquina de guerra, y aprovecharlas; desde las construcciones de gruesos muros se está en una posición estratégica favorable; hay que defender los puntos vulnerables que son pocos (las puertas), y si en la casa el muro es una defensa, una cerca para todas las casas es más fácil de defender, por ello la muralla aparece casi enseguida. Parece que nació como un simple refuerzo o engrosamiento de los muros de las últimas casas de la trama fronteras con el campo; así aparece en las excavaciones de Hacilar, aldea cercana a Çatal Höyük, fechada hacia el 5700 a.C .
La “civilización”
         Sin embargo, que tuviera disposiciones defensivas no fue la principal razón de la fuerza de la ciudad, la más importante fue que en ellas nació el sentido ciudadano, la constatación de que la unión hace la fuerza y la colaboración de los ciudadanos para defender sus moradas y sus riquezas, hubo de ser el resultado, lógico y temprano, de la convivencia. Ante el guerrero primitivo, un individuo fuerte que actuaba como el macho predominante de las agrupaciones de primates, la civilización opone la unión de muchos en un ejército; es la respuesta ciudadana ante la brutalidad primigenia. Para conquistar una ciudad civilizada hay que tener un ejército civilizado, con capacidad para organizar un sitio prolongado, y con una intendencia suficiente como para agotar la de los sitiados, condiciones que debieron tardar bastante tiempo en aparecer, por lo menos hasta que los ejércitos ciudadanos se lanzasen a su vez a la conquista de nuevas tierras para formar imperios.
El guerrero primigenio
         Estas cosas pueden resultar difíciles de entender en este momento. Ese guerrero primitivo está de moda y no es raro; ya lo estuvo en otros tiempos, y es precisamente el caballero andante que, como dice Cervantes expresamente, ridiculiza en el Quijote, pero que aun así seguirá siendo un modelo para los que aspiren a una vida de hazañas, que añoran desde la mediocridad de una oficina mal aceptada. Se educa a la gente a tener grandes destinos y, cuando chocan con la cruel realidad, no aceptan una vida gris, la aurea mediocritas. No se dan cuenta de las ventajas de la ciudadanía y prefieren soñar con el guerrero que conquista toda la riqueza de su vida en unos cuantos, breves y afortunados golpes de mano.
         Y ahora cabría preguntarse de donde procede ese guerrero bueno y noble. Y aquí hay que buscar otra premisa implícita en la historia humana: la existencia indiscutida del buen salvaje, el de la edad de oro. Puede proceder de la Biblia, pues se diría que Adán y Eva en el Edén eran buenos salvajes. Pero hay m´s antecedentes; los griegos también creen en una edad de oro, y los arcadios son para ellos los últimos restos de esos hombres buenos. Precisamente los arcadios, el pueblo que entre los griegos antiguos, había conservado una vida más rural.
         La necesidad de creer que el ser humano es bueno por naturaleza, parece inherente al pensamiento humano. Los malos son malvados por una deformación de la naturaleza. Si se parasen a pensar en ello, probablemente se darían cuenta de que ese guerrero que admiran, de existir en la actualidad, les haría la vida imposible, arrasando o robando sus cosechas, su casa o, por qué no, su puesto de trabajo; en realidad no se diferencia en gran cosa de cualquier bandido, salvo en que la historia ha elevado los éxitos de aquéllos por encima de los de éstos. La civilización (desde que se descubrió) ha librado al humano de las zozobras e incertidumbres de los guerreros primitivos.
         No es esta la única sinrazón de la moda del guerrero; su no ciudadanización es otra cosa admirada en él. La ciudad denostada no admite, lógicamente, comportamientos tan inciviles y el guerrero es un ser rústico; tanto su fuerza bruta, como su simplicidad (reflejada en un comportamiento considerado como noble) cuadran bien con ese origen rural. Sucesor nato del Buen Salvaje, en su mente simple no cabe otra cosa que los buenos sentimientos, que puede permitirse gracias a su fuerza.
         Se olvida la simetría esencial del mundo: tanto las mentes privilegiadas como las simples pueden elegir entre el bien y el mal. La distribución estadística típica representada por la campana de Gauss es clara: entre las mentes agudas puede haber un pintor o un científico geniales, pero también un ladrón o un asesino temibles precisamente por su inteligencia. Entre los simples, la falta de discreción sumada a la fuerza bruta es una mezcla explosiva que más fácilmente dará un bandido (poco sagaz) que un héroe admirable. Sin embargo el cine, especialmente el americano, nos llena las pantallas de héroes bondadosos y justicieros, todos ellos rústicos, por supuesto.
         Véase por ejemplo la saga del rey Arturo: una pandilla de caballeros capaces de hacer cualquier barbaridad. Generalmente actúan en nombre de la justicia, pero nada impedía que cualquiera de ellos aprovechase su entrenamiento guerrero para convertirse en un bandido. Lo que los mitifica es que nadie parece haberse dado cuenta de un detalle: la riqueza de sus armas o de sus banquetes se obtiene de una fuente de ingresos. No robarán, pero tampoco tienen una empresa de fabricación de ordenadores. Los ingresos, por entonces, se obtenían del campo, de la gleba, luego, aun justicieros o bondadosos, explotaban a una serie de siervos de la gleba para mantener ese nivel de vida.
         Y otra saga, la del cine americano, es la de unos vaqueros en un mundo, en demasiadas cosas semejante al de la edad Media, en la que aparecen unos caballeros andantes y unos malvados con revólver al cinto.

viernes, 13 de marzo de 2015

De la cueva a la casa



De lo relatado en la entrada anterior se puede tomar pie para aventurar una idea sobre los pasos por los que se llegó desde la cueva a un poblado como Çatal Höyük. Para poder llegar a un fin son necesarios unos medios; en ciertos casos, quién busca el fin debe inventar también los medios y ese sería el camino que tomaría cualquier contemporáneo, pero tal cosa ocurre cuando la invención es algo cotidiano, cuando la mente humana está predispuesta a inventar o saber de nuevas invenciones constantemente. En épocas prehistóricas, cuando era imposible imaginar a lo que llegaría la inventiva unos milenios después, hay que suponer que los medios debían existir de antemano. En el caso que nos ocupa, los medios indispensables son un material y una técnica, y el primer paso, elaborar con ellos un proceso constructivo.

El proceso constructivo

         El descubrimiento del material y el aprendizaje de técnicas cada vez mejores para su manejo, pudieron ser tempranos, pues es fácil que se dieran cuenta de que la arcilla mojada es manejable y que al secarse endurece; entre los primeros usos posibles podemos imaginar cosas sencillas, como allanar el lecho donde reposaban; o, quizá agrandasen la cueva en que vivían excavando en un rincón húmedo; luego pudieron levantar un murete para estrechar una boca de entrada demasiado abierta para la necesaria protección. Todas estas tareas pueden hacerse sin otra herramienta que las manos.
         Un segundo paso pudo ser excavar cuevas artificiales en lugares apetecibles para vivir, pero en los que no hubiese cuevas naturales o, de haberlas, fuera en cantidad insuficiente para la población. La excavación para formar la caverna pudo hacerse mojando la tierra para que se ablandase (las herramientas serían elementales, hachas de piedra o palos endurecidos al fuego como mucho). Cualquier ladera podría servir y era mejor si tuviese algún tipo de estratificación que lo facilitase (alternancia de estratos duros y blandos, p.ej.). En Chinchilla, Albacete, hay un buen ejemplo, pues el otero en que están excavadas las cuevas tiene estratos alternos duros (de piedra) y blandos (de arcilla). Otra posibilidad, avanzando en el desarrollo, es que añadieran un cobertizo artificial agrandando la cueva hacia afuera, paso que pudo ser coetáneo del anterior. En este proceso desarrollaron los elementos necesarios para dar el paso final: hacer las construcciones desde el suelo.
         Este paso lo darían cuando las condiciones geológicas no fueran adecuadas o la pendiente fuera insuficiente. La necesidad se presentó cuando quisieron poblar llanuras fértiles, sin relieve y se vieran obligados a hacer los abrigos completos, incluyendo la cubierta.
         La invención del modo más primitivo de construir pudo seguir un proceso como éste: se excava en el suelo una especie de artesa (humedeciendo la tierra para que sea más manejable) y se levantan unos muros perimetrales de adobe, aprovechando el material extraído en la excavación. Para la cubierta empezaron por apoyar unos rollizos, troncos sencillamente descortezados, en los muros laterales y sobre ellos un entramado de ramas más delgadas para sostener una cubrición hecha con pellas de barro apelmazadas, formando una terraza. El resultado de aplicar este sistema constructivo es una auténtica cueva artificial. Desde el punto de vista tecnológico, la única variación sobre el modelo es el uso de piezas trabajando a flexión para la construcción de la cubierta. Casi podría decirse que esta estructura de cubierta sirve como una especie encofrado perdido para realizar esa bóveda natural que falta.
         Si se sigue la evolución de este sistema constructivo, se llega al empleado en Çatalhöyük: sus casas ya no tienen nada de naturales, están construidas por completo por mano humana, como las descritas, pero las vigas son escuadradas, lo que implica el uso de herramientas más avanzadas. Aun así, ciertos detalles denotan su posible origen: una sola abertura en la cubierta sirve de puerta de paso, salida de humos y para dar luz y ventilación, lo que concuerda con las características de una cueva.

La medianería

         Por naturaleza, las cuevas están una junto a otra, especialmente cuando son excavadas; aunque las más antiguas estuvieran separadas por un espesor de tierra considerable, la separación pudo irse reduciendo poco a poco para ganar más espacio, hasta quedar del espesor mínimo posible. Casi obligatoriamente, el constructor de casas de adobe tuvo que copiar esta disposición, haciendo las casas adosadas.
         Si por alguna extraña razón, alguien hubiera tenido la revolucionaria idea de hacer las casas separadas, se hubiera encontrado con problemas añadidos, que se evitan con la construcción adosada: los muros perimetrales en medianería quedan protegidos de la lluvia, ante la cual el adobe, desnudo, tiene un comportamiento poco satisfactorio. Además, una medianera compartida supone hacer la mitad de trabajo que hacer dos muros medianeros adosados. Son ventajas de tipo práctico pero que seguramente dieron razones poderosas a los primitivos constructores para no variar de disposición urbana, muy desde el principio.

La defensa

         Si todo el proceso descrito tiende a asemejar la casa primitiva con la cueva, hay otro detalle notable que conviene destacar; no se refiere propiamente a las casas, sino a la ordenación, a la propia disposición urbana: Çatal Höyük está en un llano, situación poco adecuada para la defensa; la mayoría de las ciudades, muy probablemente desde poco después, están en las cimas, lo que proporciona mejores condiciones. Una explicación de esta singularidad es, que se aprovecha la construcción para habitar en un lugar donde no hay cuevas naturales ni laderas donde se puedan excavar. Así pues, Çatal Höyük resulta ser un adecuado ejemplo del paso entre el poblado rupestre y la ciudad mediterránea ya casi conformada.

         Este proceso de paso desde la caverna a la casa construida parece un comienzo de la construcción mucho más natural que buscar el origen en las cabañas. Refleja la constante lucha del humano para vencer las dificultades que le va oponiendo Naturaleza: primero encuentra el modo de vivir cuando no hay una cueva natural, luego construye en terrenos que no son geológicamente favorables y para terminar corrige los problemas defensivos que tiene la primera situación; ésto, con posterioridad a Çatal Höyük.

         A lo largo de unos milenios se creó la ciudad y los sistemas constructivos a partir del viejo poblado rupestre de un modo natural, sin saltos bruscos e inexplicables.
 

viernes, 6 de marzo de 2015

Çatal Höyük




Vale la pena detenerse un poco en el estudio de este poblado, pues es una muestra de que la vieja ciudad pudo nacer así, con trama cerrada y no tras un proceso de juntarse chozas.

Como se ha dicho, hacia 1962, Mellaart excavó una ciudad neolítica en Anatolia: Çatal Höyük (en otros textos Çatalhöyük), una de las más antiguas ciudades conocidas[1]. Sus casas estaban construidas con muros de adobe; las habitaciones tenían forma cuadrangular, y la cubierta estaba formada por vigas escuadradas que sostienen un cerramiento de forma aterrazada, también de barro.

Es notable que en los niveles más antiguos que se han excavado (hacia el 6200 a.C.) no hay calles; las casas se unían a otras por todos sus lindes, con las paredes en medianería y, naturalmente, no había otro sitio para circular que los tejados; como no estaban todos al mismo nivel, para pasar de unos a otros y para entrar en las casas desde ellos, utilizaban escaleras de mano. En niveles posteriores (Nivel VI, hacia 5500 a.C.), se mantiene una trama muy semejante, con la excepción de que aparecen algunos callejones entre las casas. Su aparición podría estar ligada a la de la que, por entonces, era una incipiente ganadería. Es razonable pensar que este nacimiento del callejón pudo deberse a que los habitantes de Çatal Höyük aprendieran que ciertos animales, de entre los que primero se domesticaron, no son buenos trepadores y necesitan camino llano para llegar al corral.

         Así, casi puede decirse que en Çatal Höyük está documentada y hasta fechada la aparición de la calle corredor. Si, como hasta ahora se ha supuesto, la ciudad nació a partir de chozas que se fueron uniendo para formar una trama cerrada, ¿cómo puede explicarse la existencia de una ciudad con esta trama en época tan remota?. Resulta muy forzada la posibilidad de que, a partir de una trama abierta, en la que hay mucho terreno donde formar vías de tránsito, pueda aparecer una forma de especulación (por primitiva que sea) o cualquier otro proceso que llegue a cerrar esas vías y obligue a los pobladores a utilizar la cubierta de las casas para circular. Los espacios que quedaban entre las chozas ya eran vías de circulación y deberían haber creado calles. Ante ello: ¿se puede seguir creyendo que en la evolución de la ciudad hubo un tiempo en el que fueran desapareciendo las calles y más tarde volviesen a aparecer?. Parece más lógico pensar que hubo una trama urbana que nació sin calles. Más adelante, sus habitantes sintieron la necesidad de abrirlas y, poco a poco, como trabajosamente, fueron rompiendo la cerrada trama de casas para disponer de este importante elemento urbano.

         Pero ¿cómo nació una ciudad sin calles?. No sería lógico suponer que la inventiva de los humanos, y menos la de aquellos primitivos, fuera brillante. Aun sabiendo que pueden darse ejemplos de la capacidad de inventar cosas sin antecedente conocido, como método de estudio es más racional tratar de encontrar un proceso evolutivo que, partiendo de elementos o conocimientos que razonablemente pudieran existir con anterioridad, lleve al invento estudiado de forma más natural.

         Durante milenios los humanos utilizaron rodillos para transportar cargas pesadas hasta que inventaron la rueda. Siguiendo este proceso mental es razonable creer en la existencia de un antecedente (como lo fueron los rodillos para la rueda) que sirviera de modelo para llegar al gran invento de la ciudad. Ese antecedente hubo de ser el poblado de cavernas, el poblado rupestre.

         Y hay razones para afirmarlo: la disposición de Çatal Höyük tiene muchas cosas en común con estos poblados. Además, actualmente hay poblados rupestres en todo el Mediterráneo, como en Capadocia (muy cerca de Çatal Höyük) o en Chinchilla (Albacete). En las Alpujarras granadinas hay pueblos en los que se circula por los tejados de las casas aunque, a diferencia de las terrazas de Çatal Höyük, son verdaderas calles, llanas, en las que no hay que subir escaleras para circular. La mayoría de los poblados rupestres actuales son excavados, no naturales.


[1] Parece que en Jericó, en Palestina, se han encontrado restos de edificios urbanos de épocas incluso anteriores, pero no se ha podido estudiar la trama primitiva, puesto que la ciudad sigue habitada.