Salamanca: orilla
derecha
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Lo dicho anteriormente no es una exageración. Se da a menudo y realmente existe tamaña falta de
criterio; el lector puede comprobarlo en Salamanca; entrando por la carretera
de Madrid, hacia la derecha puede verse la conocida
imagen de la ciudad reflejándose en el Tormes,
pero hacia la izquierda solamente hay un muro de varios metros de altura y cuya
visión espanta al menos sensible.
Las casas que están encima se benefician de una panorámica muy bella, pero el urbanista que proyectó el barrio no
quiso pensar que los de la orilla de enfrente también tenían derecho a gozar
de una bella vista y les obsequió con una muralla de hormigón absolutamente
impresentable. La adoración al becerro de oro de la técnica es la madre de este
desaguisado[1]. En un reciente viaje a la ciudad he visto ue están intentando taparlo con plantas verdes, y he recordado a un viejo profesor que decía "Los médicos pueden enterrar sus errores; nosotros tenemos que plantar enredaderas".
Salamanca: orilla
izquierda
Otro desastre urbanístico está comenzando en el barrio de
Los Caídos de esta ciudad. Fue el barrio universitario hasta que sus edificios
resultaron destruidos (o caídos, en el
dialecto leonés) durante la invasión francesa[2].
Tras casi dos siglos, en que ha sido el barrio
chino, parece ser pieza apetecida por los promotores (está a menos de cinco
minutos andando desde la Plaza Mayor) y se ha comenzado a urbanizar; para
empezar se ha construido una auténtica carretera, que no calle, y ya está quedando bordeada por praderas verdes. Los edificios se alzarán entre
jardines y los peatones desaparecerán en cuanto las condiciones no sean
perfectas, lo que se da raramente en aquel clima. El consumo de agua aumentará
con el riego de esos inútiles pastizales.
Y un ejemplo de ello, en ese barrio, es el nuevo Palacio de
Congresos o Auditorio. Sin entrar a discutir su valor arquitectónico, hay que
decir que es un edificio proyectado olvidando la ciudad en que está[3].
La única referencia es la piedra franca de sus fachadas, pero podría estar
bien en cualquier otro terreno. Se separa de los bordes de parcela y hay unas
zonas de hierba que sirven para completar
el terreno y encajar el edificio. Por uno de los lados se acerca más a la
calle, pero toma otra rasante y el desaguisado se arregla mediante un paseo
paralelo y separado de la acera por unas jardineras. No es posible entender
cómo se puede llamar a eso urbanismo, pues es una forma antiurbana, puramente campesina, pues parece proyectada para estár en medio de un campo.
En Ávila puede verse otro ejemplo: al lado de la plaza de
Santa Teresa había un edificio bastante correcto, con una cierta traza
modernista, haciendo esquina con la calle de San Segundo. Esta
calle era bastante estrecha y se amplió derribando este y otros cuantos
edificios. En su lugar se ha hecho un jardincito que permite ver la muralla,
cuya calidad arquitectónica es notablemente inferior a la de la casa derribada.
Una solución más urbana podría haber consistido en hacer en los bajos de estas
casas unos soportales, que hubieran permitido el paso de los peatones y ampliar
la calzada[4].
Los antiguos pensaban en la ciudad; la hacían a la medida
del hombre. Las ciudades modernas se
hacen a la medida del automóvil, ese artefacto querido por muchos, pero cada
vez más detestado por los que van tomando conciencia de su voracidad, que jamás
dejará de demandar más espacio y calles más amplias. Con la ciudad moderna se
ha entrado en una espiral sin fin: esas calles amplias dan menos protección al
peatón y convierten en casi obligatorio el uso del automóvil; luego habrá más
automóviles, que necesitarán calles más
amplias, y así sucesivamente.
El automóvil es útil y la mayoría de la gente gusta lucirlo
y utilizarlo, pero se está olvidando que, además de los que están en edad de
conducir y tienen automóvil, hay niños, que no pueden usarlo, y ancianos cuya
prudencia les hace dejarlo. Para ellos y para todos, sería de desear una ciudad
cómoda, como la que permite hacer andando muchos de los caminos diarios.
[1]
No hay que hablar solo mal del ingeniero que construyó la muralla, los
arquitectos que construyeron encima se encargaron de afear la vista todavía
más.
[2]
Algunos de ellos interesantes edificios universitarios, que derruyeron para
usar los materiales en construir defensas para la ciudad.
[3]
No hay que achacar la culpa al arquitecto. Sencillamente ha repetido el esquema
que le han enseñado como moderno. No le hubieran aceptado otro.
[4]
Tiempo después. Toda esa calzada se ha casi peatonalizado y la calle se ha
hecho de dirección única, por lo que ya no hacía falta el ensanchamiento. Eso
si, los “jardines” tienen praderas de pasto, con necesidades grandes de riego.