viernes, 18 de diciembre de 2015

Ejemplos reales

Salamanca: orilla derecha
Lo dicho anteriormente no es una exageración. Se da a menudo y realmente existe tama­ña falta de criterio; el lector puede comprobarlo en Salamanca; entrando por la carretera de Madrid, hacia la derecha puede verse la conocida imagen de la ciudad refle­jándose en el Tormes, pero hacia la izquierda solamente hay un muro de varios metros de altura y cuya visión espanta al menos sensible. Las casas que están encima se benefician de una panorámica muy bella, pero el urba­nista que proyectó el barrio no quiso pensar que los de la orilla de enfren­te también tenían derecho a gozar de una bella vista y les obsequió con una muralla de hormigón absolutamente impresentable. La adoración al becerro de oro de la técnica es la madre de este desaguisado[1]. En un reciente viaje a la ciudad he visto ue están intentando taparlo con plantas verdes, y he recordado a un viejo profesor que decía "Los médicos pueden enterrar sus errores; nosotros tenemos que plantar enredaderas".


Salamanca: orilla izquierda
Otro desastre urbanístico está comenzando en el barrio de Los Caídos de esta ciudad. Fue el barrio universitario hasta que sus edificios resultaron destruidos (o caídos, en el dialecto leonés) durante la invasión francesa[2]. Tras casi dos siglos, en que ha sido el barrio chino, parece ser pieza apetecida por los promotores (está a menos de cinco minutos andando desde la Plaza Mayor) y se ha comenzado a urbanizar; para empezar se ha construido una auténtica carretera, que no calle, y ya está quedando bordeada por praderas verdes. Los edificios se alzarán entre jardines y los peatones desaparecerán en cuanto las condiciones no sean perfectas, lo que se da raramente en aquel clima. El consumo de agua aumentará con el riego de esos inútiles pastizales.
Y un ejemplo de ello, en ese barrio, es el nuevo Palacio de Congresos o Auditorio. Sin entrar a discutir su valor arquitectónico, hay que decir que es un edificio proyectado olvidando la ciudad en que está[3]. La única referencia es la piedra franca de sus fachadas, pero podría estar bien en cualquier otro terreno. Se separa de los bordes de parcela y hay unas zonas de hierba que sirven para completar el terreno y encajar el edificio. Por uno de los lados se acerca más a la calle, pero toma otra rasante y el desaguisado se arregla mediante un paseo paralelo y separado de la acera por unas jardineras. No es posible entender cómo se puede llamar a eso urbanismo, pues es una forma antiurbana, puramente campesina, pues parece proyectada para estár en medio de un campo.
En Ávila puede verse otro ejemplo: al lado de la plaza de Santa Teresa había un edificio bastante correcto, con una cierta traza modernista, haciendo esquina con la calle de San Segundo. Esta calle era bastante estrecha y se amplió derribando este y otros cuantos edificios. En su lugar se ha hecho un jardincito que permite ver la muralla, cuya calidad arquitectónica es notablemente inferior a la de la casa derribada. Una solución más urbana podría haber consistido en hacer en los bajos de estas casas unos soportales, que hubieran permitido el paso de los peatones y ampliar la calzada[4].
Los antiguos pensaban en la ciudad; la hacían a la medida del hombre. Las ciudades modernas se hacen a la medida del automó­vil, ese arte­facto querido por muchos, pero cada vez más detestado por los que van tomando conciencia de su voracidad, que jamás dejará de demandar más espacio y calles más amplias. Con la ciudad moder­na se ha entrado en una espiral sin fin: esas calles am­plias dan menos protección al peatón y convierten en casi obligatorio el uso del automó­vil; luego habrá más automóviles, que necesitarán calles más amplias, y así sucesivamente.
El automóvil es útil y la mayoría de la gente gusta lucirlo y utili­zarlo, pero se está olvidando que, además de los que están en edad de conducir y tienen automóvil, hay niños, que no pueden usarlo, y ancianos cuya prudencia les hace dejarlo. Para ellos y para todos, sería de desear una ciudad cómoda, como la que permite hacer andando muchos de los caminos diarios.


[1] No hay que hablar solo mal del ingeniero que construyó la muralla, los arquitectos que construyeron encima se encargaron de afear la vista todavía más.
[2] Algunos de ellos interesantes edificios universitarios, que derruyeron para usar los materiales en construir defensas para la ciudad.
[3] No hay que achacar la culpa al arquitecto. Sencillamente ha repetido el esquema que le han enseñado como moderno. No le hubieran aceptado otro.
[4] Tiempo después. Toda esa calzada se ha casi peatonalizado y la calle se ha hecho de dirección única, por lo que ya no hacía falta el ensanchamiento. Eso si, los “jardines” tienen praderas de pasto, con necesidades grandes de riego.

viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Suposición audaz?



El terreno
La aplicación de la moderna teoría urbanizadora puede dar resultados que se podrían calificar, cuanto menos, de absurdos. Para demostrarlo, bastaría con imaginar que a un urbanista se le encargase el proyecto de una ciudad nueva. La zona elegida, una serranía hacia el centro de la península ibérica, tiene minas y bosques con sus correspondientes explotaciones manufactureras, lo que proporciona suficiente población, entre técnicos y obreros, como para justificar la construcción de una ciudad.
El terreno es un peñote en la confluencia de dos riachuelos, y se elige porque es el único lugar sin árboles en los alrededores. El primer proyecto canaliza los dos ríos y allana el terreno. Los promotores se asustan: demasiado caro tanto movimiento de tierras. En el segundo y definitivo se conforma una ciudad con muros de contención y terrazas, donde se edifi­can bloques aislados o viviendas unifa­miliares aisladas. Un gran paseo con­tornea la ciudad.
Primer proyecto
Segundo proyecto

Cuenca

Pero el paseo ¡oh, naturaleza!, es inútil la mayor parte del año: el invierno es demasiado frío y el verano caluroso; solamente se ve concurrido en algunos y agradables días de primavera. Uno de estos, el proyectista tomará una fotografía que exhibirá orgulloso en su estudio (al fin y al cabo, es la obra de su vida), pero lo más normal será que los habitantes pronto se acostumbren a las vistas y solamente recuerden que las tienen cuando algún visitante las admire. Como no hay verdaderas calles, a los pobladores no les queda otro remedio que visitarse en sus casas o reunirse en bares; cuando no se reúnan, que será lo normal, se retraen en sus hoga­res la mayor parte del tiempo viendo la televisión, en vez del paisaje, me­nos variado que los programas de la tele. Acostumbrados muchos de ellos a las ciudades grandes harán sus viajes interiores en automóvil, gozando de las facilidades que les da el nuevo urbanis­mo y la ciudad no tendrá peato­nes la mayor parte del tiempo.
Hace mucho tiempo otros hombres edificaron una ciudad en un lugar seme­jante: se trata de Cuenca, y fué construida desde un entendimiento de la ciudad muy distinto. Las casas colgadas, que forman el borde de la trama, protegen las calles del viento y del sol, haciéndolas útiles para la estancia, tanto en invierno como en verano, en mucho mejores condiciones que la avenida perimetral. Pareciera que sus habitantes hayan conocido desde siempre ese embotamiento de la vista ante lo repetido, y supieran que no es necesario estar viendo un paisaje permanentemente, pero gustan de ellos y han cuidado que, desde el risco frontero, se admire una belleza inusual para el habitante y que con un paseo se recobre la posibilidad de asom­bro. ¿Por qué esa manía de los muros de contención?, ¿qué necesidad hay de allanar un terreno para asentar encima casas completamente vulgares?.