sábado, 31 de enero de 2015

La forma de la ciudad (1).



Introducción


Desde mi formación de arquitecto, hace años vengo pensando en la posibilidad de que las teorías que se enseñan sobre la evolución de las ciudades puedan contener algún error.
      En particular, siempre me ha llamado la atención el hecho de que las ideas urbanísticas actuales hablen de que las ciudades, que podríamos llamar, de toda la vida, es decir, las que tienen sus edificios construidos entre medianeras, no sirven para ser habitadas en estos tiempos o, al menos, tienen poca calidad de vida.
            Le Corbusier, gran propagandista de las ideas sobre la ciudad nueva, desprecia su trama diciendo, con acento peyorativo, que está formada por rues corridor. En la generación de estas ideas se tiene por hecho cierto que la calidad de vida que se disfruta en esas ciudades antiguas, necesariamente, tiene que ser inferior a la de una ciudad al nuevo estilo. Sin embargo, he nacido y vivido en ciudades del tipo antiguo, y no encuentro desventajas en la vida que en ellas puede desarrollarse; antes bien, creo sinceramente que tienen muchas ventajas que, no solo no deben despreciarse, sino que habría que revalorizar.
            Paralelamente, vi que estaba apareciendo un sentimiento de rechazo hacia las posturas iconoclastas contra la ciudad del pasado, como las de Le Corbusier y de sus seguidores, pues se estaba constatando que las actuaciones basadas en las ideas de la ciudad nueva eran muy perjudiciales para el legado histórico que dichas ciudades representan.
            Por ello empecé a pensar que valdría la pena reflexionar sobre ellas buscando algo que, de algún modo, pudiera proporcionarme razones para defenderlas, no solamente como una forma bella e histórica, sino como una ciudad perfectamente habitable desde el punto de vista actual.
            Ya en los inicios de mi trabajo, me llamó la atención que, desde tiempos muy remotos, se hubieran desarrollado ciudades cuyo origen supuesto, según la teoría imperante sobre las ciudades, no explica satisfactoriamente sus características finales, sino que, más bien hace ininteligible el proceso mediante el que se pasó desde una forma a otra. Me estoy refiriendo a las ciudades tradicionales del área mediterránea, cuyas casas, construidas entre medianeras, se supuso en cierto momento que nacieron como aisladas y acabaron juntándose hasta formar la trama que ahora conocemos.
            Mi atracción por las ciudades antiguas me hizo pensar en ellas del mismo modo que se hace con las especies animales en peligro de extinción. Curiosamente se ha hecho con las ciudades algo parecido y se ha llegado a considerar que muchas de ellas están en peligro de extinción, inventando títulos rimbombantes, como Patrimonio de la Humanidad, para intentar salvarlas de la destrucción, pero nadie parece haberse puesto a estudiar los verdaderos problemas e incluso muchas de las nuevas actuaciones y edificios se construyen violando su forma tradicional, es decir, en forma “moderna” (aclaro que más adelante matizaré esta afirmación).
            Si una especie se declara en peligro, en general se hacen esfuerzos serios para protegerla y, no solamente se crean santuarios y parques naturales donde pueda mantenerla, sino que se estudia científicamente su vida, sus hábitos, para poder deducir el mejor modo de ayudar a un aumento de los individuos de la especie que compense los largos decenios en que han mermado hasta parecer en peligro. Y es lo que me propongo hacer en este estudio.
            Intentando buscar las razones de la cuestión planteada, la paradoja de que llegasen ciertas ciudades a tener una trama no concordante con su origen supuesto, pensé que aquí, como en la versión vulgar del evolucionismo biológico, cabría hablar de un "eslabón perdido", un tipo de ciudad no reconocido por los historiadores, que explicaría los resultados que se pueden ver.            
            Y el problema es que el sur ha perdido muchos de sus recuerdos y tradiciones. Cuando una persona triunfa en la vida, muchos intentan parecerse a él, pero la mayoría de las veces copian ciertos aspectos superficiales del triunfador, como la manera de vestir, el automóvil, pero no lo que le ha hecho triunfar: sus ideas, su modo de trabajar. Algo así ha pasado con los países: cuando los viejos imperios del sur de Europa fueron a menos y florecieron los países del norte, se empezaron a copiar sus cosas. La cocina, por ejemplo, sufrió una colonización de la francesa y a menudo se prescindió del aceite de oliva (que he oído llamar “aceitazo”) a favor de la mantequilla, cosa que el tiempo enmendaría al revalorizar las virtudes dietéticas del aceite de oliva. El gazpacho de tomate, hoy una de las recetas españolas que más éxito tiene en el mundo, era considerado como cosa de pobres y subdesarrollados(1) y los garbanzos. Otro tanto ha pasado con la ciudad. La calificación lapidaria de Le Corbusier, como rues corridor, con connotación despreciativa, fue tomada al pie de la letra, y tengo la seguridad de que nos están vendiendo de nuevo la mantequilla.
            Pero no copiamos sus universidades, y ni siquiera su escuela elemental. Cuando esto escribo, los distintos gobiernos siguen peleándose por poner o no la asignatura de religión obligatoria o discuten con los gobiernos regionales nacionalistas que obligan a usar la lengua vernácula Mientras tanto, los gobiernos centrales recortan inmisericordemente los presupuestos en ciencia y en investigación (que nos llevará a menos ingresos nacionales por tecnología) y las encuestas europeas ven fallos importantes en la comprensión matemática de nuestros estudiantes jóvenes. Pero ninguna ley de educación se atreve a poner el cascabel al gato: un reciclado obligatorio de los profesores de esas asignaturas fallidas y mucho más importantes que las mentadas más arriba; eso cuesta dinero. Y así nos va y nos irá.
            Pues pareciera que lo mismo ha ocurrido con el urbanismo. Puede traerse a colación otro ejemplo. Cuando del norte de Europa nació una arquitectura de cristal, como el gótico, capaz de crear maravillas como la Sainte Chapelle de París, por no citar más que un ejemplo, en nuestras soleadas tierras del sur se hicieron más pequeñas las ventanas y, con menos nevadas, tejados planos, en terraza. Creo recordar que en mis lejanos tiempos de estudiante algún profesor de historia de la arquitectura dijo por esas cosas que no eran puramente góticas, y probablemente con cierta razón. Pero entendí mejor esto, como una adaptación al clima, un día de verano muy caluroso (y raro en París), en que visité la Sainte Chapelle: dentro el calor era insoportable. La arquitectura del vidrio no es para nuestros climas y lo comprendieron muy bien los españoles de los siglos XIII y XIV. Es verdad que por entonces los reinos peninsulares se estaban preparando para ser las primeras potencias mundiales; ahora somos un tanto paletos y creemos que usando los mismos vestidos que el triunfador, se nos pegará algo de su éxito. Véase como ejemplo, el triunfo de la arquitectura del cristal en nuestras calles.

-------------------
(1) En el libro Cocina regional española, editado en 1953 puede leerse esto: “…el gazpacho, poco apreciado por los que no son andaluces, es en este pueblo, no sólo consumido por los braceros del campo, sino por las clases acomodadas.”, lo que prueba que todavía entonces se tenía por una comida de braceros del campo.

(continuará)

Presentación

En este blog me propongo escribir ideas sobre la ciudad que llevo años elaborando y que he contado en clases.

Respetaré una cierta cadencia de publicación, pero no garantizo que sea un texto continuo, sino más bien una colección de ideas relacionadas.

Espero que guste a los lectores.